jueves, 23 de febrero de 2012

EL FRACASO DE LOS DOS PRINCIPALES SINDICATOS ESPAÑOLES

Los señores Méndez y Toxo, Toxo y Méndez, muestran haber perdido el Norte cuando sustituyen la falta de razones con el apoyo a la algarada callejera.
"Nos queda el derecho a la protesta, que no al pataleo, y si la protesta es masiva creo que el Gobierno cambiará de idea", ha confesado el señor Toxo, quien, a decir de muchos, es  más ponderado que su colega el señor Méndez, para quien la reforma laboral es de “extrema virulencia”.
Por respeto a la Constitución Española no podemos negar a los líderes sindicales la legal autonomía, aunque, la verdad sea dicha, una protesta sin razón, para aquellos a los que la razón les importa un pito termina diluyéndose en el derecho a un pataleo que, ese sí, las más de las veces se desahoga en la “extrema virulencia”.
El respeto, que ambos líderes sindicales se merecen como personas, no impide que nos veamos obligados a acusarles de indiferencia ante los problemas que hoy padecen los integrantes de lo que ellos llaman la clase trabajadora, sean los que aun conservan un puesto de trabajo o sean esos cinco millones y pico de españoles que, en su mayoría, darían media vida por un trabajo regular.
Después de meses y meses de hablar y hablar desde enquistadas posiciones siguen sin apearse del burro de la demagogia, hablan de nuevas negociaciones sin precisar sobre qué y amenazan con revolver la calle ahora ¿por qué no? apadrinados por el Partido Político al que corresponde la mayor responsabilidad de la actual recesión económica de España. Nos duele el fracaso de unos y de otros y, aunque sobre la pretendida renovación socialista no nos creemos nada, sí que nos gustaría ver en sus sindicatos, señores Méndez y Toxo, necesarios soportes para reactivar todas las posibilidades, medios y modos de crear empleo, irrenunciable objetivo nacional que todos debiera comprometernos, máxime cuando, a todas luces, se ve que las reformas en marcha nos llevan por el buen camino.
Cinco millones de parados y algunos más de jóvenes  sin ver cercanas las oportunidades de un primer empleo, requieren algo más que dormirse en los laureles y lanzar soflamas de otra época y lugar sin querer reconocer que para que haya empleo, preciso es que los potenciales empleadores se dediquen a crearlo, ayudando, de paso, a que nuestra industria, nuestra agricultura, nuestra pesca, nuestros servicios turísticos y demás fuentes de riqueza y prosperidad para todos ganen en calidad y competitividad y, por lo mismo, lleguen al nivel que corresponde con la capacidad de todos nosotros, incluidos los jóvenes que prefieren gritar a estudiar. 

sábado, 11 de febrero de 2012

LA OCLOCRACIA GRIEGA


Según la definición de Polibio, historiador griego del siglo II a.  C., “Oclocracia es la tiranía de las mayorías incultas  (-oclos-)  haciendo uso indebido de la fuerza para obligar a los gobernantes a adoptar políticas, decisiones o regulaciones desafortunadas" y la explica como el resultado de “las ilegalidades y violencias que tolera una débil democracia”.
Más cerca de nosotros, J. Mackintosh (1765-1832) ve en la “Oclocracia la autoridad de un populacho corrompido y tumultuoso, como el despotismo del tropel, nunca el gobierno de un pueblo”.  ¿No es eso lo que vemos que está ocurriendo en la Grecia del siglo XXI, víctima de una gravísima muestra de irresponsabilidad colectiva que parece crecer y crecer hasta arrastrar a todos  los que se mueven  (¿ nos  movemos?)  en su misma  órbita?
 Los griegos universales, Platón y Aristóteles, que coincidieron en muchas cuestiones sobre el humano discurrir, mantuvieron posiciones muy  poco coincidentes  en Política, hasta el punto de que, en la jerga actual, podríamos decir que el primero era de extremo-izquierda y el segundo liberal conservador o de centro-derecha: una ojeada a “La República” y a “La Política”,  respectivas obras de uno y otro,  confirmarán esta apreciación.
Para Platón, idealista hasta la médula, el buen entendimiento entre unos y otros nacía de la impersonal y obligada aceptación  de la inamovible división social en Filósofos, Guardianes y Trabajadores,  tres clases o colectivos en los que lo personal ha de ser  radicalmente sacrificado en aras de lo comunitario que se extiende hasta la propiedad colectiva de mujeres e hijos.  
Aristóteles, “muy amigo de Platón, pero mucho más amigo de la Verdad”,  vivió verdaderamente  obsesionado por obtener una perfecta comprensión de las cosas desde la objetiva y paciente observación de la raíz natural de la “materia en todas sus formas”, incluida la espiritual que corresponde a la condición humana. En su famosísima “Política” no se anda por las ramas y, en lugar de inventar  irreales supuestos  (lo que Platón llamada ideas) que,   por sí mismos, habrían de cambiar  la naturaleza de personas y cosas, bucea en la específica  realidad humana para apuntar las condiciones de las menos malas formas de convivencia, entre la que, por supuesto, no estaba la tiranía de una multitud desenfrenada.
Si Aristóteles hubiera conocido al Cristianismo, habría dicho que, para el progreso real, no hay mejor edificio que el que descansa en las columnas del Amor y de la Libertad. Bien sabemos que una aproximación a esa posible realidad  nos viene dada por la civilización greco-romana-cristiana en la que, mal que pese a tantos “ilustrados” de pacotilla,  hemos sido educados  y que, ojalá, sigamos apreciando en sus esenciales valores.
¿Puede ocurrir en España lo que está ocurriendo ahora en Grecia?  No,  si dejamos seguir su curso a un sentido común que, por ejemplo, muestra cómo, para que surjan y se desarrollen más y más oportunidades de empleo, es imprescindible que emprendedores y desempleados se vean suficientemente  motivados  para caminar en la misma dirección: es  lo que  intenta el actual Gobierno Español con la corrección de anteriores insuficiencias y errores, ello a pesar de que no son pocos los que  escurren el bulto manteniendo ideas y acciones de un viejo, viejísimo, ideal-materialismo.
Es ése un  ideal-materialismo,  según el cual todo se resuelve con ideas sin necesaria relación con la realidad  y sí que en el perenne enfrentamiento o “dialéctica de supuestos contrarios”, con el que se hizo fuerte el periclitado Carlos Marx:  si materialista y nada más que materialista a fuer de egoísta es el Capital Especulativo y Explotador,  materialistas y no menos egoístas han de ser los supuestamente explotados hasta convertirse en explotadores,  es lo que, siguiendo a tantos fracasados maestros,  vienen a proclamar los aprendices de “brujo salvador”,  a sabiendas de que ello lleva a un aborregamiento general  en el que campa a sus anchas esa dictadura  del desenfreno, que puede dar pie a la aparición  de los más bajos instintos del  tirano de turno  ¿es lo que buscan los que, en lugar de razonar sobre lo que conviene a la mayoría de los españoles, llaman a la rebelión sin tregua, salga el sol por donde salga y aunque ello nos lleve a la miseria sin remedio?

miércoles, 1 de febrero de 2012

BEATIFICACIÓN DE UNA DIPUTADA

Siempre hemos creído que un buen cristiano puede ser un gran político y, aún más, que un gran político resultará doblemente eficaz si actúa en todos los casos como un buen cristiano, lo que es tanto como seguir la recomendación evangélica de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.  El tema viene al caso por la reciente beatificación de la judía conversa Hildegard Burjan, aleccionador acontecimiento del que, con el título “Hildegard Burjan: La conciencia del Parlamento”,  se hace eco el diputado Eugenio Nasarre en PAGINASDIGITAL.es de 01/02/2012. Por creerlo de alto interés local y nacional, nos permitimos reproducir el texto íntegro:
Me hubiera gustado haber estado en Viena y poder asistir en la catedral de San Esteban a la beatificación de Hildegard Burjan, una de las ocho primeras diputadas en la historia parlamentaria de Austria. La del domingo ha sido, desde luego, una jornada gozosa para Austria, pero las lecciones de la vida de Hildegard sobrepasan con creces los confines del país alpino y son de rabiosa actualidad en la Europa en que vivimos
Casi ciento treinta años nos separan de su nacimiento en el seno de una familia judía centroeuropea, cuando todavía las fronteras eran borrosas y no se habían convertido en muros separadores. Fue una brillante estudiante, que concluyó sus estudios doctorándose en Filosofía en la Universidad de Berlín. Allí conoció y se casó a los 25 años con un joven ingeniero húngaro, también judío. Un año más tarde contrajo una grave enfermedad renal, que le hizo estar al borde de la muerte. Fue asistida en un hospital católico berlinés, donde recibió las atenciones de las monjas que lo regentaban. Allí descubrió muchas cosas nuevas para ella e inició su conversión al catolicismo, que culminó con su bautismo en 1909. Unos meses más tarde quedó encinta. Los médicos dictaminaron que el embarazo suponía un grave riesgo para su vida y le aconsejaron el aborto. Ella se negó, superó las dificultades de su embarazo y  dio a luz a su hija Lisa. Hildegard sencillamente apostó por la vida.
El matrimonio se trasladó a vivir a Viena. Y allí asistió a los convulsos años del fin del Imperio Austro-Húngaro,  la Primera Guerra Mundial y el nacimiento de la ya pequeña república austriaca. Impulsada por la fuerza de su espíritu, Hildegard desplegó un intenso compromiso social, con planteamientos innovadores, en favor  de las mujeres más  vulnerables y alentó una red social de apoyo a sus iniciativas.
Su compromiso social  le llevó a la política. En las primeras elecciones de la naciente república fue elegida diputada en las filas del partido socialcristiano. En el Parlamento impulsó numerosas iniciativas en materia social, como las relativas a  la protección de la maternidad y de los neonatos o a la formación permanente de las mujeres. Y de ella partió "la ley de protección de las trabajadoras a domicilio", entonces víctimas de una gran explotación. Fue siempre defensora de causas nobles, lo que hizo decir al cardenal de Viena Gustav Piffl: "es la conciencia del Parlamento".
Su actividad parlamentaria duró sólo una legislatura. Los partidos políticos son entes muy raros y sus criterios de valoración de las personas con frecuencia resultan  francamente extraños. Hildegard era demasiado libre de espíritu y no se amoldaba bien  a las ataduras que impone la política partidista. Además, en Austria también comenzaban a soplar los vientos del antisemitismo, que acabarían en furioso vendaval europeo. En ambientes de su mismo partido era mirada como mujer y judía, es decir,  con sospecha.
Su abandono de la política no le hizo disminuir su compromiso con las causas que había defendido. Fundó Caritas socialis, un instituto religioso dedicado a la asistencia a familias y jóvenes marginadas, al que dedicó por entero el resto de su vida. Su muerte, en 1933, coincidió con el ascenso de Hitler al poder. Europa se preparaba a su gran tragedia y los ideales por los que luchó Hildegard (la dignidad humana, de mujeres y hombres, la vida, los derechos de la infancia, la familia como lugar natural de libertad) iban a ser pronto pisoteados.
En la Europa secularizada, en la Viena que expresa hoy todas las contradicciones de la sociedad europea, las causas por las que luchó Hildegard con aliento cristiano están vigentes. Su breve experiencia partidista revela los límites de la política pero también, como ella misma proclamó con fuerza, la necesidad de este compromiso. La nueva beata Hildegard Burjan es un testimonio de nuestra época al que sinceramente conviene asomarnos.