jueves, 29 de marzo de 2012

LLEGÓ LA HORA DE LA VERDAD PARA ESPAÑA


 A  cuatro meses de la mayoría  absoluta del PP en las Elecciones Generales con  la consiguiente mala digestión de la derrota por parte del líder de la oposición, ya investido Secretario General del Partido Socialista Obrero Español, la responsabilidad del Presidente del Gobierno y sus ministros, con el legítimo respaldo de esa mayoría absoluta, ha impuesto  imprescindibles  ajustes  en la maltrecha economía española.
En razón de ello  son (somos) muchos los que ven (vemos) una tenue luz a la salida del túnel de lo que parecía una irremediable catástrofe. 
Claro que las cosas no están transcurriendo como para empezar a tirar cohetes:  los resultados en  las elecciones autonómicas en Andalucía y Asturias  han tenido sus  vencedores  en número de escaños, pero no ofrecen  claras perspectivas  de gobierno eficaz y disciplinado en un clima de escasa preocupación por el bien general;  la huelga general, que, a todas luces  no ha tenido mayor razón que la voluntad de incordiar por   quienes se resisten a reconocer que ya les ha pasado la hora  de jugar a salvadores de lo que ellos llaman la “clase trabajadora”,  ha mostrado que, sin la coacción de los violentos piquetes y la obligada  participación de sus liberados, la incidencia habría sido muy cercana al cero; en lontananza, tirando piedras sobre su propio tejado, una segunda generación de líderes nacionalistas  sueñan  en hacer de la patria común una babel de taifas o miniestados a la greña unos con otros, al parecer, sin importarles quedarse tuertos a cambio de que todos los demás nos volvamos ciegos… todo ello bajo la presión de un Comunidad Internacional que no está para mirar a otro lado mientras que en España, tan endeudada ella, tan dependiente del mercado exterior, tan necesitada de inversiones ajenas, tan asfixiada por cinco millones y pico de parados…., hay tantos y tantos a quienes no importa repetir el caso de Grecia .
Si el partido de la oposición esperaba un espaldarazo con el truco de la huelga general, más vale que revise su estrategia porque le ha salido mal, muy mal, a pesar de haberse esforzado lo indecible para convencernos a todos de que no hacer nada por facilitar el empleo a los desempleados es el mayor bien que puede venir  a todos los españoles que tienen la suerte de trabajar. Tamaña falacia se revuelve como un tsunami contra los propios promotores; tanto peor para  quien, apoyándose en ellos,  tiene esperanza y posibilidades de gobernar ¿duda alguien de que los que se autoproclaman sindicatos mayoritarios, por su destructiva actitud, están llegando a ser un lujo tan caro e inútil que empieza a estar de más en la Democracia Española y que, por no mirar más que por sí mismos, están arrastrando hacia la nada a quien se fía de ellos?
Bueno es para España, sus gobernantes y quienes tienen posibilidad de serlo no andarse por las ramas y, en la parte que a cada uno le toca, tratar los problemas sin otro condicionante que el de acertar con la mejor solución.  No es verdad que destruir sea una forma de crear, ni que multiplicando el número de pobres la masa de los que se creen más espabilados salga ganando. 
Ojo al parche, pues, señor Rubalcaba, y sin perder categoría alguna como político, vea la forma de apoyar y apoyarse en el señor Rajoy para que todos los españoles, incluidos usted y sus colaboradores,  salgamos ganando. ¿No cree usted que ha llegado la hora de la verdad para España

lunes, 19 de marzo de 2012

EN RECUERDO DE LA “PEPA”, HABLEMOS DE NUESTRA ACTUAL CONSTITUCION

El  presente cuadro “La Verdad, el Tiempo y la Historia” (atribuido a Goya, exhibido en el Museo de Estocolmo)  pasa por una alegoría de la Constitución de 1812, La Pepa, de la que estamos celebrando su Bicentenario.
En ese alegórico lienzo vemos cómo la Verdad, representada por una hermosa mujer, que se deja coger del brazo por el Tiempo (el anciano con alas), encarna a la soberanía nacional con el cetro en la mano izquierda y un libro (¿la Constitución?) en la izquierda mientras que la Historia es representada por una mujer sin prejuicios que toma nota de lo que ve.
Los diputados Agustín Argüelles, Diego Muñoz Torrero y Pérez de Castro, que se decían católicos a fuer de liberales y esto mismo a fuer de católicos, fueron los encargados de la redacción de la Constitución de 1812 y, sin complejos, se pusieron de acuerdo para el siguiente preámbulo:  En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo autor y supremo legislador de la sociedad. Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas providencias y precauciones, que aseguren de un modo estable y permanente su entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación, decretan la siguiente Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado.
Patriótica, ingenua, muy abierta al aire de los tiempos y con afán de resultar lógica, aquella Constitución, sin renunciar a lo más substancial de la Historia de España, establecía la soberanía en la Nación, la monarquía constitucional, la separación de poderes, el sufragio universal masculino indirecto, la libertad de imprenta, la libertad de industria, el derecho de propiedad y lo que podríamos llamar el “poso de muchos siglos de Historia” y que escritores foráneos como Paul Valery han descrito como la herencia de Jerusalem, Grecia y Roma.
Leemos que “La Constitución de 1812 se publicó hasta tres veces en España —1812, 1820 y 1836—, se convirtió en el hito democrático en la primera mitad el siglo XIX, transcendió a varias constituciones europeas e impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor parte de los estados americanos durante y tras su independencia. Se aprobó en el marco de la Guerra de la Independencia (1808 a 1814), y fue la respuesta del pueblo español a las intenciones invasoras de Napoleón Bonaparte que, aprovechando los problemas dinásticos entre Carlos IV y Fernando VII, aspiraba a constituir en España una monarquía satélite del Imperio,  como ya había hecho con Holanda, Alemania e Italia, destronando a los Borbones y coronando a su hermano José Bonaparte. Pero la respuesta de los ciudadanos, jalonada por sucesos como el Motín de Aranjuez, las Renuncias de Bayona y el levantamiento de los madrileños el 2 de mayo, encerró un segundo significado para una pequeña parte del pueblo español. La España patriota, disgregada en un movimiento acéfalo de Juntas, entre levantamientos, sitios y guerrillas se unió finalmente en una Junta central Suprema, y después en una Regencia de cinco miembros, cuyos cometidos principales fueron la dirección de la guerra y la reconstrucción del Estado”.
Con ese espíritu fueron redactados sus 384 artículos, de los cuales copiamos los nueve primeros:
Art. 1. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Art. 2. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
Art. 3. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Art. 4. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.
Art. 5. Son españoles: Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos. Segundo. Los extranjeros que hayan obtenido de las Cortes carta de naturaleza.Tercero. Los que sin ella lleven diez años de vecindad, ganada según la ley en cualquier pueblo de la Monarquía.   Cuarto. Los libertos desde que adquieran la libertad en las Españas.
Art. 6. El amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y, asimismo, el ser justos y benéficos (Por favor, nada de bromas sobre lo que de seguro no pretendía  más que ser una muy conveniente recomendación).
Art. 7. Todo español está obligado a ser fiel a la Constitución, obedecer las leyes y respetar las autoridades establecidas.
Art. 8. También está obligado todo español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado.
Art. 9. Está asimismo obligado todo español a defender la Patria con las armas, cuando sea llamado por la ley.
Salvando las distancias, no hemos dejado de sorprendernos  al comprobar cómo la Constitución  de 1978, que aun sigue de actualidad, resulta menos fiel que la de 1812 a lo que Ortega llamó "nuestra Razón Histórica", presenta no pocas in-concreciones que ocasionan múltiples problemas de interpretación y permite la persistencia de grietas y más grietas que no ha sabido cerrar o, lo que es peor, ella misma ha ensanchado. En razón de ello,  el que esto escribe cree que es llegado  el momento de “tirar por la calle de en medio” y con una elemental dosis de sentido común, pese a quien pese, abordar el pertinente “aggiornamento” de nuestra Ley de Leyes; consecuentemente,  se permite repetir parte de lo escrito al respecto en su libro “Civilización, Religión y Democracia en España”:  
Al referirnos a la Constitución Española de 1978, creemos  oportuno recordar que la viabilidad de un sistema de libertades, cuyo amparo y regulación es  o debe ser el objetivo esencial de una Ley de Leyes, tiene mucho que ver con la Historia, la forma de vivir e, incluso, la Geografía, cuestiones no siempre presentes en la mentalidad e intenciones de los “padres constituyentes”,  sobre todo, cuando éstos colocan las consignas del propio partido sobre los intereses generales e, incluso, sobre los dictados de la propia conciencia: La Constitución de 1812, llamada cariñosamente la Pepa, nació animada por el estrechamiento de voluntades desde el patriotismo y la plena consciencia de potenciar lo común frente al sedicioso invasor: fue un canto a la libertad y a la fraternidad de los “españoles de ambos hemisferios”; su efectividad fue torticeramente estrangulada por la imbécil egolatría, la cobardía y el pésimo hacer del rey “Felón”, aquel mal hadado tiralevitas de Napoleón, con la lógica secuela de la corrupción de multitud de voluntades. Tras revoluciones, pronunciamientos, guerras fratricidas, cambios de régimen y extrañas experiencias con un príncipe nada español, vino la Restauración y con ella la Constitución de  1876, la del posibilismo funcional: claro que no era perfecta, pero, puesto que se trataba de restaurar o salvar lo salvable, las dos grandes fuerzas políticas de entonces, encabezadas por dos patriotas (Castelar y Sagasta) hicieron el milagro de traer la paz a España, luego de traducir en complementarias sus rivalidades políticas no sin concesiones escasamente respetuosas con lo que requeriría una democracia “de todos y para todos”; el caso es que duró al menos medio siglo y, probablemente, hubiera  seguido en vigor mucho más tiempo si el Rey  Constitucional de entonces hubiera usado acertadamente de las prerrogativas y obligaciones que le otorgaba la misma Constitución; sobrevino lo que todos sabemos  y, tras el cambio de Régimen, cobró el carácter de Ley de Leyes la Constitución de 1978. Con ella nació la “España de las Autonomías” presidida nominalmente por un Rey que “reina pero no gobierna”  (¿cuál es el verdadero significado de la expresión?) y gobernada  por el líder político que elija el Parlamento, del cual, en parte,  también depende la elección de la cúpula judicial. Las autonomías, por su parte, tienen su propio poder ejecutivo con un presidente elegido por el correspondiente parlamento autonómico… Así lo expresa la letra de la Constitución, que pretende  facilitar la eficiencia del aparato del Estado, prosperidad, prestigio internacional y la armoniosa convivencia entre los españoles mediante 169 artículos agrupados en 10 “Títulos”.
A treinta y tantos años vista, entendemos que mejores habrían sido los resultados si hubiera privado la objetividad en todos y cada uno de los artículos en lugar de tal o cual cesión semántica o de fondo en aras del consenso a toda costa. Veamos algunos ejemplos: En el artículo 2 debería haberse precisado el alcance de la autonomía (¿administrativa o de todo orden?) y suprimido el término nacionalidades  en una redacción que  podía haber sido: La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía  de las regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas, en el desarrollo de las competencias cedidas por  el Poder Central del Estado según la ley orgánica correspondiente .
En el apartado 2 del artículo 3 debería haber sido sustituida la expresión “de acuerdo con sus estatutos” por otra más en consonancia con el interés nacional de forma que la redacción sería: Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas sin menoscabo del conocimiento y uso de la lengua común de todos los españoles.
En lo referente a las banderas, debería haberse evitado   cualquier expresión que diera pie a establecer paralelismos entre la enseña nacional y las regionales; consecuentemente, el apartado 2 del artículo 4 podría haber sido redactado de la siguiente manera: Los estatutos podrán reconocer banderas y enseñas propias de las Comunidades Autónomas. Estas se utilizarán junto a la bandera de España en sus edificios públicos y en sus actos oficiales en clara prominencia de la Nacional sobre las regionales.
El  artículo 15, que trata del “Derecho a la vida”, para evitar las sesgadas interpretaciones que luego se han hecho, debería haber precisado desde cuanto hasta cuando en una redacción como la que se apunta:  Todos tienen derecho a la vida desde su concepción hasta el ocaso y a la integridad física y moral, sin que, en ningún caso, puedan ser sometidos a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempos de guerra.
En lo que atañe a la libertad religiosa, el apartado 3 del artículo 16 podría prevenir contra la falta de respeto a las creencias de la mayoría de los españoles; tal se habría logrado con la siguiente redacción: Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones, siempre que éstas no se declaren beligerantes con las creencias mayoritarias de los españoles.
Porque entendemos que no todo vale como motivo para la algarada callejera, creemos que el párrafo 2 del artículo 21 debería haber incluido la expresa prohibición de cualquier manifestación orientada a la división de  España en una redacción al estilo de  En los casos de reuniones en lugares de tránsito público y manifestaciones se dará comunicación previa a la autoridad, que deberá prohibirlas cuando  atenten contra la unidad de España o existan razones fundadas de alteración del orden público, con peligro para personas o bienes..
En dicho libro, erre que erre, se siguen con muchos más apuntes que los límites de este artículo impiden repetir. Hoy, 19 de Marzo de 2012, festividad de San José y día de homenaje a los padres, no está de más recordar a nuestros tatarabuelos, muy patriotas ellos, con un ¡VIVA LA PEPA! de todo corazón.

jueves, 1 de marzo de 2012

¿QUIÉNES BUSCAN PARA ESPAÑA LO DE GRECIA?

Ningún servidor público con un mínimo de dignidad  y sentido común puede azuzar  las irracionales revueltas callejeras cuando, luego reconocer la parte de culpa que pueda tener  en que, por acción o por omisión, la situación española haya llegado a donde está,  lo que se impone es no andarse por las ramas y, aunque solo fuere por  demostrar que es alguien de fiar y no un torticero incendiario,  discurrir con abierta conciencia sobre los remedios que se están aplicando para corregirlos en la parte corregible y potenciarlos en lo que más conviene a los intereses generales  ¿hacen eso todos los que cobran un buen sueldo por servir a los españoles?
Se dirá que somos unos ingenuos cuando apelamos a la abierta conciencia de los que tienen en sus manos el apoyar o no las medidas que convienen a todos aunque algunas de ellas, al igual que ciertas medicinas  realmente eficaces, produzcan “ardor de estómago”.
Que en España la economía global  y las consiguientes perspectivas de bienestar van mal, muy mal, nadie lo puede negar. Que el hecho de estar estancada la productividad  y que la progresividad del paro (¿habremos de llegar a más de seis millones de desempleados?) sea como una pescadilla que se muerde la cola es la evidencia misma.  Crece y crece la pobreza y ello nos afecta a todos, inclusive  a los que no dudan en lucrarse de la miseria ajena:  Según el informe Exclusión y desarrollo social 2012,  elaborado por la Fundación FOESSA,  la lacra del desempleo, que, en 2005, estaba en el 8,7%, sobrepasaba el 22,8 % a finales del pasado año, situación doblemente dramática para los jóvenes, cuyo desempleo era del 18,6% en 2005 para acercarse al 50% (48,6%) en 2012.  Si en 2005 las familias de todos sus miembros desempleados estaban en el 2,6%, en el último año tamaña desgracia ha subido hasta el 9,1%.
En España,  además de a ésa y a otras no menos graves calamidades,  nos enfrentamos a un  dramático empobrecimiento del que será muy difícil recuperarse: de él ya nos hablan con harta elocuencia los comedores sociales a los que ya se ven obligados a acudir cientos de miles de personas.  Al respecto, leemos en LaVanguardia.com de hoy, 1 de marzo del 2012:  Cáritas ha advertido de que la pobreza en España es "más extensa, más intensa y más crónica que nunca" y de que el aumento de la brecha salarial entre ricos y pobres "amenaza con polarizar la sociedad".
Esto de “polarizar la sociedad” es lo que, a todas luces, ya ha ocurrido en Grecia.
La catástrofe griega está ahí, debiera de servir de lección  para los principales sindicatos y tantos políticos que miran para otro lado como si, al final, ellos no hubieran de sufrir las consecuencias de dejarse llevar  por unos pocos que viven de y para la subversión. Allí todavía no se han dado cuenta de que se les acabó el tiempo de  vino y rosas con su secuela de despilfarros, abusos, corrupciones, etc., etc.,  y que toca sacrificarse  y arrimar el hombro para, entre todos, salir del atolladero. Parece que en Grecia son, pocos, muy pocos los que  se toman en serio la deuda astronómica que,  según los cálculos más optimistas y dando por supuesta una quita substancial, generación tras generación, tardarán  no menos de cien años  en saldar, lo que significa que o se reducen drásticamente los “gastos estructurales” o la protección social retrocederá décadas mientras que la inversión productiva se desvanecerá en el aire… todo ello si no se desmadran las exigencias de los que, hoy por hoy, son los reyes de la calle.
Entre nuestros políticos ¿quién es el que busca eso mismo para España? No pocos, al parecer, pero, sin duda, que muchos menos de los que aspiran a salir del bache a base de  trabajo, sentido común y austeridad equitativamente repartida y asumida, aunque en ello se nos encoja el alma. A estos muchos, que se toman en serio la imprescindible recuperación,  les corresponde tomar conciencia de lo que está fraguando esa minoría zángana, revoltosa y violenta; la misma  que parece responder a la consigna de “quédeme yo tuerto a cambio de que tú vivas a obscuras”. Claro que, mientras esté descabezada (si es que ya no lo está) esa minoría caerá en el  más imbécil y triste de los ridículos, sobre todo si las legítimas fuerzas del orden y de la justicia están en donde deben estar y obran como tienen que obrar.
Claro que, a fuer de realistas, mucho tememos que las cosas sigan degenerando en tanto en cuanto la responsabilidad de los sindicatos mayoritarios  brille por su ausencia  mientras  que algún que otro  de los bien situados políticos no piense en otra cosa que en arrimar el ascua a su sardina; en razón de ello,  nos atrevemos  a pedir: señor Pérez Rubalcaba ¿no puede usted hacer algo  para que la revuelta callejera baje a unos niveles tolerables en una democracia moderna que sufre las embestidas de la sin razón?