Bien se recuerda cómo en las Elecciones Generales de octubre de 1982, ante el hundimiento de la UCD y a caballo del mito del cambio desde lo insubstancial a lo no se sabe qué, el PSOE logró más de diez millones de votos con 202 diputados entre 350. En sucesivas elecciones, el PSOE fue perdiendo fuelle electoral hasta ser derrotado en 1996 por el Partido Popular, con José María Aznar como presidente.
El no se sabe qué, patrocinado por aquella mayoría absoluta con el señor González Márquez a la cabeza, se tradujo en una catastrófica gestión económica salpicada con numerosos casos de corrupción, un irrenunciable afán por introducir “nuevos valores” en la forma de vivir e, incluso, de ser de los españoles, además de prestar indebida consistencia a una “clase” de políticos con el denominador común de perseguir el poder por el poder y no el bien de los españoles en razón de la realidad histórica de España. No hicieron falta los 25 años prescritos por don Alfonso Guerra para que a España no la conociera ni la madre que la parió: cinco millones de parados , terrorismo de estado, progresiva desvertebración de de los núcleos esenciales de la nación, relativismo rampante en los sistemas educativos y un largo etcétera hablan por sí solos.
Con los ocho años de gobierno del Partido Popular, dirigido por José María Aznar y un equipo en el que resultó figura destacada Mariano Rajoy, España recuperó parte de sus esencias a la par que vio enderezada su economía con el resultado de cinco millones de nuevos empleos y la acreditación como la octava potencia económico-industrial del Mundo.
Por arte de las fuerzas obscuras de la “intra-historia”, la luctuosa tragedia del 11 de marzo del 2004 imposibilitó la continuación de un gobierno pragmático y desideologizado para dar paso al presidido por el señor Rodríguez Zapatero, quien, desde el primer momento, más que continuar la línea que corresponde a la buena política de “dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, pareció empeñado en catequizarnos a todos en torno a una vuelta atrás en la historia hasta un horizonte teñido de color de rosa por su propio capricho, lo que, lógicamente, a la par que sembraba la discordia entre los españoles, distraía a todos los suyos de la perentoria tarea de gobernar según las exigencias de la diaria realidad, todo ello sin dejar de pretender reinventar la teoría socialista. ¿Resultado? Vuelta a los cinco millones de parados, una astronómica deuda con el consiguiente peso de unos intereses que lastran hasta lo indecible la recuperación económica, una palmaria descoordinación entre poderes y territorios, nuevas vías para la corrupción de unos y otros, salidas por la tangente a base de atropellar derechos fundamentales como el de la vida de los no nacidos, etc,, etc., etc.., todo ello por no hablar de la evidente descomposición de su propio Partido. Claro que desde el olimpismo de su capricho, el señor Rodríguez Zapatero confió en don Alfredo Pérez Rubalcaba para enderezar las cosas y… ¿Cuál ha sido el resultado?
En el propio Partido Socialista Obrero Español no faltan personajes que hablan de dar paso a la discusión sobre ideas en lugar de sobre personas. Pero, si sus dirigentes, los mismos que difícilmente van a renunciar a los “asentados” privilegios, pretenden romper con la marcha hacia su desaparición ¿cuáles habrán de ser esas ideas sin salir del laberinto de si Marx sí o Marx no, los buenos propósitos aliñados con ambiciones soterradas y torpes realidades, macabros recursos como el de dedicarse a desenterrar muertos (dejad a los muertos que entierren “o desentierren” a sus muertos) o reinventar nuevos caminos de redención proletaria? No creéis que tiempo es ya de sumergirse en la “Política del Sentido Común”, ésa cuyo campo está en el de velar por la libertad y prosperidad de los ciudadanos y cuyos límites están justamente en donde comienza el respeto a los dictados de la conciencia de todos los ciudadanos, campo exclusivo de Dios y de la Religión?
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