Por demás de la Crisis Económica, el
boom de las economías emergentes, la fluidez en desplazamientos y
comunicaciones, el despertar de las antiguas colonias, las torpezas o mal
comprendidos aciertos de los gobiernos, los palos en la rueda de una oposición
irresponsable, el adocenamiento de los sindicatos, et., etc…, en estas primeras
décadas del siglo XXI sufrimos las consecuencias de un hecho incuestionable:
Hay muchísimas más personas para hacer las mismas cosas cuyo tiempo de fabricación
o adaptación requiere de menos en menos tiempo. Al hilo de las nuevas
tecnologías, es vertiginoso el cambio de los “medios y modos de producción”: en
segundos se fabrican cosas, que tiempo ha, llevaban horas.
Ante tal panorama ¿qué se hace para
racionalizar los tiempos de trabajo de forma que, sin dejar de respetar los
derechos adquiridos, se facilite la multiplicación de las oportunidades de
empleo? ¿Es de recibo que, sin
necesitarlo para mantener esos derechos adquiridos, haya quien trabaje doce o
más horas mientras están parados millones de personas con igual capacidad para
desempeñar lo mismo? ¿No es escandalizante aplicar miles de millones de euros a
prolongar la impaciencia de los que quieren trabajar y cobrar un sueldo en
lugar de un subsidio a todas las luces insuficientes? ¿No sería mejor que tales
subsidios se aplicasen como complemento de un salario que muchos de los
decididos emprendedores no pueden pagar?
Lo dicho nos enfrenta a lo que
podríamos llamar principales retos de urgente resolución, como, por ejemplo:
sin dejar de respetar los derechos adquiridos de todos los que tienen la suerte
de conservar su trabajo, volver a lo de Keynes (medidas de excepción ante
intolerables situaciones de desempleo) y aplicar parte de los recursos
disponibles a trabajos que requieran abundante mano de obra con exclusivo
acceso a ellos de los desempleados (empezando por los de larga duración) en jornadas de seis o menos horas en dos o más
turnos; facilitar los ajustes de horarios a los casos especiales de madres de
familia, estudiantes, veteranos trabajadores, etc… Tal como apuntan algunos
economistas ¿Cabe ahí el sustituir el
concepto salario-mes por el del salario hora? Uno piensa que, de ser así,
resultaría más fácil ponerse de acuerdo en reducciones de jornada, jubilaciones
parciales voluntarias, adaptaciones a particulares necesidades de familia,
oportunidades para estudiantes… Al respecto, que no se nos diga que ello es una
insalvable dificultad administrativa ¿en ésas estamos cuando la burocracia es reducible a su mínima
esencia gracias a la Informática?
En sano y voluntarioso intercambio de
pareceres, seguro que son muchas las ideas positivas de todos los que discurren
sobre estos temas si, a la hora de la verdad, dejan de irse por las ramas y,
desde el simple sentido común, con su mejor voluntad, proponen, escuchan,
razonan y deciden, si está en su responsabilidad hacerlo.
Claro que eso es justamente lo
contrario de lo que ocurre en tantas reuniones, conciliábulos y tertulias en
las que lo que priva es el perverso e imbécil truco demagógico: tú y el otro
sois malos, luego yo soy bueno.
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