La Función Pública,
aunque sería muy bonito que siempre viniera acompañada por la voluntad de
servicio, bien vemos que tantas y tantas veces es una ocupación o desocupación
como otra cualquiera. Cierto que los
funcionarios de carrera están suficientemente preparados para el cargo al que accedieron
por tal o cual oposición y que, normalmente, aspiran a mejorar de posición a
base de hacer bien su trabajo. Pero también es verdad que, cuando no se les tiene debidamente en
cuenta, caen en la “desmotivación” y tienden a distraerse en estériles tareas
como la de tratar de hacerse más imprescindibles o más fuertes a base de multiplicarse…
Por otra parte
¿qué hacer con los “funcionarios a dedo” que se cuelan en los distintos
estamentos de la Burocracia Oficial por
eso de corresponder con los amiguetes que
esperan la oportunidad de un cargazo o carguito y con tantos otros cuyo mayor
mérito es hacer piña con los de la lista?
Todos nos
preguntamos ¿de dónde va a salir el dinero que cuesta todo eso? Y, lo que es
todavía peor ¿cómo hacer trabajar a los que no saben o no quieren saber en qué consiste la función
por la que cobran y, por demás, están donde están a la espera del “pertinente”
asesor?
Bien sé que no
todos son iguales o, como decía un inspirado comentarista, entre los políticos hay
iguales más iguales que otros; también sé
que podemos recordar a más de un buen político que vive preocupado por cumplir
con su obligación de trabajar por el bien de los ciudadanos, por resolver los
problemas heredados, por gestionar bien y no despilfarrar, por “hacer más con
menos” (de ello algo sabemos los que
llevamos muchos años en Alcorcón)…, pero, aunque solo sea para meter el dedo en la
llaga, viene a cuento lo que acabamos de
apuntar y, a más a más, recordar la llamada
Ley de Parkinson de la que, en
Wikipedia, leemos lo siguiente:
En la Ley de Parkinson (que nada tiene que ver con el achaque que
a cualquiera de nosotros puede afectar) se afirma que "el trabajo se expande hasta llenar el tiempo
disponible para que se termine". En una burocracia, esto es
motivado por dos factores: 'un oficial
quiere multiplicar sus subordinados, no rivales', y 'los oficiales se crean trabajo unos a otros.'
La tal Ley fue enunciada por primera vez por Cyril
Northcote Parkinson en 1957 en el libro del mismo nombre como
resultado de su extensa experiencia en el Servicio Civil Británico. Las
observaciones científicas que contribuyeron al desarrollo de la ley incluyeron
notar que a medida que el Imperio Británico declinaba en importancia,
aumentaba el número de empleados en la Oficina Colonial.
Parkinson notó
que, en una Burocracia oficial, el total
de empleados aumenta en un 5-7 por
ciento por año "independientemente
de las variaciones en la cantidad de trabajo (si las hay) que debe
hacerse".
Para muchos,
cuanto más tiempo se tenga para hacer algo, más divagará la mente y más
problemas serán planteados, con los siguientes principales efectos: "El trabajo se expande hasta llenar el
tiempo de que se dispone para su realización". "Los gastos aumentan
hasta cubrir todos los ingresos". "El tiempo dedicado a cualquier
tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia".
De rebote y siguiendo al mismo
Parkinson, podrá hablarse de la ley de la dilación o el arte de perder
el tiempo o de la ley de la ocupación de los espacios vacíos:
por mucho espacio que haya en una oficina siempre hará falta más.
Dicho lo dicho
y con el deseo de que tomen nota, además de los que cuentan con los medios de
hincarle el diente a la “pescadilla que se muerde la cola”, todos esos de quienes dependen tantos y tantos
liberados o burócratas de enchufe y pasillo, los cuales, la verdad sea dicha,
serían más felices si pudieran sentirse realmente útiles a la sociedad por que
perciben lo justo que corresponde a su esfuerzo.
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