Que, aunque no nos hayamos dado cuenta
hasta ahora, la mayoría de los españoles somos más pobres que hace, digamos,
seis o siete años…, es algo que ya
nadie, ni siquiera los que siguen montados en el Euro, se atreven a discutir.
Ello se debe a que España, en su conjunto, sigue sufriendo las consecuencias
del mal hacer de algunos, que, pudiendo
poner remedio durante unos cuantos años, miraban para otra parte o, indecentemente,
negaban la realidad que veían venir y, para colmo de indebidas ocurrencias, nos entramparon a todos hasta lo intolerable sin
ocuparse lo más mínimo de las necesidades reales de los españoles.
Tan aplastante evidencia se traduce en el achicamiento de la cesta de compra de las
amas de casa, en las colas del INEM, en los comedores de Cáritas, en las caras
largas de casi todos nosotros…, e incide en el tambaleo del euro con el riesgo de que la economía europea,
incluida la española, descienda a tercera categoría…
¿Qué hacer para recuperar tanto terreno
perdido? ¿Esperar a que nos ayuden desde afuera sin aportar nada a cambio? ¿Negar
la realidad y gastar más y más a base de incrementar el abismo de la deuda?
¿Soñar con que los que más tienen entonen el mea culpa y por arte de birlí-birloque
piensen en los demás antes que en sí mismos? Todos estamos en el mismo barco y
a todos corresponde poner de nuestra parte lo que corresponda para que el barco
no se hunda y llegue lo más pronto posible al puerto señalado por quien asume
la responsabilidad de dirigirlo: Para desgracia
de todos nosotros, vemos que tal dista mucho de suceder.
Seguro que parte de lo que el Gobierno
planea y ejecuta podría ir mejor de lo que va, que enormes partidas de gasto o
se pueden reducir o traducirse en incentivos para la creación de empleo, que la
Burocracia Europea, además de lenta, es
víctima de tan encontrados intereses que, a veces, parece imposible
aplicar incluso las buenas soluciones acordadas en el momento y lugar oportunos…
Pero, para bien o para mal (más para bien que para mal), pertenecemos
a la Unión Europea, contamos con una moneda única (hoy por hoy relativamente fuerte en el Mercado Mundial) y, en razón de ello, no nos cabe mejor
solución que sacar el máximo partido de las reglas del juego.
Nadie puede dudar que, en razón de ello,
nuestro Gobierno ha salvado muchos baches, ha hecho cosas que prometió no hacer,
pero que están resultando convenientes e imprescindibles para tapar enormes e inapropiados huecos del gobierno
anterior; que, todavía, queda largo trecho que recorrer y que el absurdo de los
absurdos es pretender que con nosotros no va la cosa mientras que unos pocos derrochan
energías en agravar la situación pretendiendo lo inoportuno además de injusto (por ejemplo,
huelgas sin ton ni son) con lo de seguir en la recalcitrante mentira de que una
nación moderna puede salir de sus propios baches saltándose a la torera las
reglas por las que se rige la convivencia mundial y sin las cuales no es posible el encauzamiento de la economía nacional, promover la creación de empresas y, por lo mismo, empezar a resolver la lacra del desempleo.
¿No creéis que el problema es de tal
calibre que lo único que cabe es razonar sobre lo que a cada uno corresponde
hacer en beneficio de tonos incluidos nosotros mismos? Claro que, puesto que la Crisis nos afecta a todos (o a casi todos), salir de ella es cosa de todos.
No nos justifica ni nos exime de
responsabilidad el que algunos ciudadanos se aferren a sus patrañas y errores y, malévolamente, se dediquen a agravar la crisis en lugar de aportar lo que les corresponde
para achicarla: por usted va, culpable de lo mucho que hoy ocurre, y por usted, que en
lugar de hacer frente a su problema, lo distrae agravando el problema de los
demás como si pensara que el mal de muchos se traduce en bien propio.
Una vez
más os recuerdo el dicho de uno de mis viejos maestros: Seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos
menos.
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