“El comunismo es una necesaria consecuencia
de la obra de Hegel”, había escrito Moisés Hess en 1.840. Este Moisés Hess (1812-1875), joven
hegeliano un mucho autodidacta, era el primero de cinco hermanos en una familia
judía bien acomodada y respetuosa con la ortodoxia tradicional. Apenas
adolescente, hubo de interrumpir sus estudios para integrarse en el negocio familiar; pero, ávido lector, hizo
suyo el colectivismo de Rousseau, el panteísmo de Spinoza, el anticlericalismo
“socialista” de Proudhon, el determinismo económico de de Adam Smith y, con
especial devoción, el ideal-materialismo de Hegel: un batiburrillo ideológico,
al que intentará dar forma en una pretenciosa “Historia Sagrada de la Humanidad”, escrita desde la perspectiva de
lo que pronto se llamará Materialismo
Histórico.
Apunta en
ella una especie de colectivismo místico de raíz panteísta; la ha llamado “Historia Sagrada” “porque en ella se expresa la vida de Dios” en dos grandes etapas, la primera dividida, a
su vez, en tres períodos: el primitivo o
“estado natural” de que hablara
Rousseau, el segundo coincidente con la aparición del Cristianismo, “fuente de discordia”, y el tercero o “revolucionario” que, según Hess,
se inicia con el panteísmo de
Spinoza, se hace fuerte con la Revolución Francesa o “gigantesco esfuerzo de la humanidad por retornar a la armonía primitiva”
y culminará con la “consecución de la
última meta de la vida social presidida
por una igualdad clara y definitiva” luego de haber superado el inevitable
enfrentamiento entre dos protagonistas:
La “Pobreza” y una “Opulencia”, promotora de “la discordancia, desigualdad y egoísmo que, en progresivo
crecimiento, alcanzarán un nivel tal que aterrarán hasta el más estúpido e
insensible de los hombres”. “Son
contradicciones que han llevado al conflicto entre Pobreza y Opulencia hasta el
punto más álgido que, necesariamente, ha de resolverse con una
síntesis que representará el triunfo de la primera sobre la segunda” (es la
dialéctica hegeliana con su “negación de
la negación” como automatismo resolutivo de todos los conflictos).
Hess escribe
también una “Triarquía Europea” en
donde se sale de la inercia monocorde de los “jóvenes hegelianos” para apuntar la conveniencia de ligar el
subjetivismo idealista alemán con el “pragmatismo
social” francés”.
“Ambos fenómenos, escribe Hess, han sido consecuencia lógica de la Reforma
Protestante, la cual, al iniciar el camino de la liberación del hombre, ha
facilitado el hecho de la revolución francesa, gracias a la cual esa liberación ha logrado su
expresión jurídica”. “Ahora, desde los dos lados, mediante la
Reforma y la Revolución, Alemania y
Francia han recibido un poderoso ímpetu.
La única labor que queda por hacer es la de unir esas dos tendencias y
acabar la obra. Inglaterra parece destinada a ello y, por lo tanto, nuestro
siglo debe mirar hacia esa dirección”.
De
Inglaterra, según Hess, habrá, pues, de venir “la libertad social y política”. Ello es previsible porque es allí
donde está más acentuada la oposición
entre la Miseria y la Opulencia;
“en Alemania, en cambio, no es ni llegará a
ser tan marcada como para provocar una ruptura revolucionaria. Solamente en
Inglaterra alcanzará nivel de revolución la oposición entre Miseria y Opulencia”.
Apunta
también Hess a lo que se llamará Dictadura del Proletariado cuando
dice “orden y libertad no son tan opuestos como para que el primero, elevado a
su más alto nivel, excluya al otro! Solamente, se puede concebir la más alta
libertad dentro del más estricto orden”.
En 1.844
Moisés Hess promovió la formación de un partido al que llamó “verdadero socialismo”. Cuatro años más tarde (febrero de 1848), por
obra de Carlos Marx y Federico Engels,
todos los postulados de ese devorador de
libros, que fué Moisés Hess, constituyeron el meollo del “Manifiesto Comunista”, punto de partida
teórico de ese Materialismo Histórico al que acabamos de referirnos.
Carlos
Marx, nació en Tréveris, Westfalia, el 5
de mayo de 1818. Su abuelo paterno, el rabino Marx Leví, cuyos orígenes
conocidos se remontan al siglo XIV, (uno de sus más destacados miembros fue
rabino Yehuda Minz (1408-1508), fundador de
una brillante escuela talmúdica en Padua) había roto con la tradición
secular de la familia al permitir a su hijo Hirschel ha-Leví Marx, padre de
Carlos, salir del círculo de la más
rígida ortodoxia judía, seguir la
educación laica del siglo y convertirse
en un cotizado abogado. Hirschel Marx
casó con Enriqueta Pressborck, hija de un rabino holandés; tuvieron ocho hijos,
de los cuales solamente dos, Carlos y
Carolina, llegaron a la madurez.
Para un
brillante abogado judío, cual fue el padre de Carlos Marx, era muy difícil el
pleno reconocimiento social por parte de las reaccionarias autoridades
prusianas; para soslayar tales dificultades, en el año 1824, Hirschel ha-Leví Marx cambió su nombre por el
de Enrique y, aun siendo Westfalia
mayoritariamente católica, pidió ser bautizado con toda la familia por
el rito luterano.
Cuando la
ceremonia familiar del bautizo luterano, Carlos contaba seis años de edad y,
por lo que consta en algunos de sus trabajos escolares (Sobre la unión de los fieles con Cristo, Reflexiones de un joven ante la elección de profesión, ….) parece
que, al menos hasta los 17 años se tomó muy en serio la fidelidad al Evangelio.
Tal nos indican los siguientes párrafos de uno y otro trabajos:
“Dónde
se expresa con mayor claridad la
necesidad de la unión con Cristo es en la hermosa parábola de la Vid y de los
Sarmientos, en que Él se llama a sí mismo la Vid y a nosotros los sarmientos, Los sarmientos no pueden
producir nada por sí solos y, por
consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin Mí”…
“La
naturaleza ha dado a los animales una sola esfera de actividad en la que pueden
moverse y cumplir su misión sin desear traspasarla nunca y sin sospechar
siquiera que existe otra. Dios señaló al Hombre un objetivo universal, a fin de
que el hombre y la humanidad puedan ennoblecerse, y le otorgó el poder de
elección sobre los medios para alcanzar ese objetivo; al hombre corresponde
elegir su situación más apropiada en la sociedad, desde la cual podrá elevarse
y elevar a la sociedad del mejor modo posible. Esta elección es una gran
prerrogativa concedida al Hombre sobre todas las demás criaturas, prerrogativa
que también le permite destruir su vida entera, frustrar todos sus planes y
provocar su propia infelicidad”….
No era ésa
la predisposición de su padre ni tampoco la de un vecino e íntimo amigo de la
familia, al que Carlos llegó a considerar su segundo padre: nos referimos al
barón Ludwig von Westphalen, un distinguido funcionario del gobierno que, en
forma de vida y pensamiento, mostraba ser un romántico que cree resolver todo
con las “luces” de la razón. Indiferente como von Westphalen en materia de religión era su hija Jenny
(bella y refinada, según las fotos que nos han llegado), cinco años mayor que
Carlos y con la personalidad y atractivo suficiente para ilusionar a un joven
de diecisiete años.
Por lo que
nos dice la historia, lo de Jenny y Carlos fue una unión que, durante más de
cuarenta años, no tropezó con otros baches que el de un escarceo sentimental
entre Carlos y Elena Demuth, la doncella de Jenny, con el resultado de un hijo
nunca reconocido por Carlos (Frederik Demuth -1853-1929)
Aun antes de
ingresar en la Universidad (Bonn-1835, Berlín-1836), Carlos desechó su
ilusionante y cristiano proyecto de llevar la justicia al mundo para sumergirse
en la “corriente del siglo” ¿Fue la influencia de su acomodaticio y agnóstico
padre? ¿La del aristócrata vecino von Westphalen, quien le había dado libre
acceso a su bien nutrida biblioteca y dedicaba largas horas a “pulir” los
“desequilibrios” del generoso y despierto adolescente, o, tal vez, el “amoroso contagio” por parte
de su descreída novia Jenny von
Westphalen?
Sea cual
fuere la fuerza de una u otra
influencia, todas ellas quedaron
chiquitas en relación con lo que, para Marx
representó la Universidad de Berlín, “centro de toda cultura y toda verdad” (como se decía entonces).
Marx
compatibiliza sus estudios con la participación activa en el llamado “Doktor
Club”, que agrupaba a “jóvenes hegelianos” empeñados en “materializar” el idealismo del recientemente desaparecido
maestro (Hegel había muerto en 1831). En paralelo, lleva una desaforada vida de
bohemia que le empuja a derrochar sin
medida, a fanfarronear hasta el punto de
batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una sociedad secreta, a una breve estancia en la cárcel.... Se auto
justifica porque, según escribe, pretende:
“conquistar
el Todo,
ganar
los favores de los dioses
poseer
el luminoso saber,
perderse
en los dominios del arte”
Marx admira
y odia a Hegel, en cuyos ambiguos postulados de “necesaria evolución
dialéctica” las autoridades políticas y también académicas pretenden justificar
el “orden establecido”. Es cuando, como en expresión de rebeldía, Marx se
autoproclama ateo: “en una palabra, odio
a todos los dioses”, dice citando al Prometeo de Esquilo al principio de su
tesis doctoral “Diferencia entre le
materialismo de Demócrito y el de Epicuro”, que, precisamente, dedica al
que pronto será su suegro, el citado Ludwig von Westphalen.
En paralelo,
Marx ha leído con espíritu crítico las producciones de los “jóvenes hegelianos”
” (los hermanos Bauer, Strauss, Feuerbach, Hess…), que más ruido hacían en los
medios universitarios alemanes y colecciona supuestos para, desde un
materialismo intelectualizado por la gracia y obra de la dialéctica
hegeliana, hacer valer su propia personalidad, que es la de un joven doctor en
filosofía, progresivamente revolucionario en ideas y afanes por “dar la vuelta”
a la sociedad de su tiempo. Tal expresa cuando escribe en sus “Tesis sobre Feuerbach”: “Hasta
ahora, los filósofos se han ocupado de explicar el mundo; de lo que se trata es
de transformarlo”.
Diríase que
el afán de transformar el mundo es la principal obsesión de Carlos Marx a
partir de que presume de haber captado los entresijos de la realidad, arde en
deseos de conquistar el mundo, cuenta con su título de doctor y es admirado
ciegamente por su novia Jenny, “la chica más linda de la ciudad de Tréveris”,
cuatro años mayor que él y que, junto con una mediana fortuna, habrá de heredar
el título de baronesa. En el terreno de las originalidades ideológicas, dice
haber dado un paso más allá que Feuerbach y su crítica de la Religión por haber
captado su doble función como “expresión del mundo vuelto al revés” y como
“opio del pueblo”: “La crítica de la Religión, escribe, es lo esencial de la
crítica de este valle de lágrimas, cuya nube ilusoria es la religión”.
¿Desde qué
perspectiva se ha de criticar a la religión y a todo lo demás de ella derivada?
Desde el toma y daca elemental que rige las relaciones humanas. Propiedad
y Trabajo
serán los factores esenciales de ese toma y daca elemental siempre bajo las determinaciones
del Materialismo Histórico.
Para Marx,
fuente única de la Propiedad debiera ser el Trabajo y, consecuentemente, ser el
trabajador el propietario exclusivo del resultado de su esfuerzo; pero, desde
que el mundo es mundo, no han faltado no-trabajadores obsesionados por
apropiarse del trabajo ajeno, esos mismos que no ven el otro más que a una
herramienta o máquina productiva a la que “engrasar” con lo mínimo necesario
para mantenerla a plena producción, ésta ya con el carácter de propiedad de
quien no hará mayor cosa que traducirla
en mercancía con el consiguiente rédito o plus-valía para sí mismo. En
consecuencia con ello, el Trabajador o “proletario” vivirá esclavizado al
producto de su trabajo mientras que el no-trabajador, capitalista o burgués,
gozará dejándose esclavizar por su capital o suma de réditos o plus-valías.
Cambiar el orden de cosas (“que el explotador se convierta en explotado” dirá, años más tarde, Lenin) es la tarea que, al menos aparentemente, se impone Carlos Marx con una doctrina que,
en los llamados Manuscritos de 1844 y siguiendo a Moisés Hess, llama Comunismo.
"El comunismo como
supresión positiva de la propiedad privada, como autoenajenación humana, y por
tanto como apropiación real de la esencia del hombre por y para el hombre; por
tanto, como vuelta completa, consciente y verificada, dentro de la riqueza
total de la evolución existente, a sí mismo como hombre social, es decir
humano. Este comunismo en cuanto total naturalismo es igual a humanismo, como
total humanismo es igual a naturalismo; es la verdadera solución de la disputa
entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad
y necesidad, entre individuo y especie. Es la solución del enigma de la
historia y se conoce a sí mismo como tal solución"(MEGA, vol. 2, I/2, Berlín, 263).
Era novedoso
y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el presentar nuevos caminos para la ruptura de lo que Hegel llamara
conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples servidumbres; por demás, el
darle forma académica (dialéctica, se decía entonces) era un sugerente asunto
que muy bien podría desarrollar y exponer brillantemente un joven doctor en
filosofía. Cuando Marx, como joven
generoso, vivía de cerca el testimonio del Crucificado era de lugar apuntar al
amor y al trabajo solidario como factores esenciales de la propia realización
el único posible camino; ahora,
intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor por la gracia de sus servicios
al subjetivismo idealista, ha de presentar otra cosa: ¿Por qué no el odio que es, justamente, lo
contrario que el amor? Pero, a fuer de materialista, habrá que prestar “raices
naturales” a ese odio. Ya está: en buena dialéctica hegeliana se podrá
dogmatizar que “toda realidad es unión de
contrarios”, que no existe progreso porque esa “ley” se complementa con la
“fuerza creadora” de la “negación de la
negación”...
¿Qué quiere
esto decir? Que así como toda realidad material
es unión de contrarios, la obligada síntesis o progreso nace de la
pertinente utilización de lo negativo. En base a tal supuesto ya están los
marxistas en disposición de dogmatizar que, en la historia de los hombres, no
se progresa más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la
culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las “irrevocables leyes
dialécticas” producirá una superior forma de
“realidad social”. Y se podrán formular dogmas como el de que “la podredumbre es el laboratorio de la vida”
(Engels) o el otro de que “toda la
historia pasada es la historia de la lucha de clases” (Marx).
En esa
radical oposición, odio o guerra
latente, tanto en la Materia como en el
entorno social, no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya conciencia se limita a “ver lo que ha de
hacer” por imperativo de “los medios y
modos de producción”.
Desde esa
perspectiva los teorizantes ad hoc
habrán de procurar que la subsiguiente producción intelectual y muy posible
ascendencia social gire en torno a más o menos originales expresiones de “ideal-materialismo” para el uso y
disfrute de una masa sin otras inquietudes que las estrictamente materialistas.
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