sábado, 28 de diciembre de 2013

¿DÓNDE ESTÁN LOS VALORES DE LA IZQUIERDA?

En buena medida, mutilamos nuestra capacidad de reflexión cuando pretendemos respaldarla con el marchamo del mercadeo político: ¿es buena una idea si viene respaldada por los valores de la izquierda o, justamente, lo contrario? Ante esa actitud  ¿habremos de recordar  a Ortega y Gasset?  Si lo hacemos, habríamos de aceptar que  
"Ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil: ambas, en efecto, son formas de la Hemiplejía moral".
Eso de “hemiplejía moral” lo acuñó Ortega en 1937 para hacer ver cómo es una forma de semi-parálisis intelectual  el refugiarse en dichos y prejuicios de conveniencia clasista para distraer lo que él entendía por responsabilidad política: los asuntos del día a día han de ser tratados como son en realidad y no al amparo de una parcial e interesada versión de tal o cual trasnochada ideología.
Ya en la segunda década del siglo XXI, vemos que, si bien la  “derecha tradicional” prefiere ser vista como punto de equilibrio entre los extremos,  diríamos  que la “ izquierda” con cierto peso en la España de hoy no deja de presumir de conservar posicionamientos, en justicia, calificables de decimonónicos, aunque sin aquella espontánea o “romántica” pasión por los más desfavorecidos que cultivaron algunos que se jugaban la vida por lo que ellos entendían como justicia social: los  que hoy presumen de revolucionarios tienen otra cosa que perder que sus cadenas, constatación que nos lleva a la pregunta objeto de este artículo: ¿Dónde están los valores de la izquierda?
En esta segunda década del siglo XXI no es fácil catalogar los pretendidos valores de la izquierda a no ser que nos esforcemos en descubrirlos a través  de la palmaria ridiculización  de lo que son “sagrados y perennes valores“ para muchos españoles: la fe en un destino trascendente, el respeto a la vida humana desde su concepción hasta la muerte natural, el valor de la familia tradicional, el amor incondicional al prójimo y tantos otros  avalados por el Evangelio.
Ante esa palmaria ridiculización de lo que, según los cristianos de buena voluntad, realmente importa, cabe pensar que para algunos que se titulan de izquierdas la estudiada deshumanización de la vida personal, familiar y comunitaria favorece el ado­cenamiento general con la consiguiente oportunidad para los avispados comerciantes de voluntades: si yo te convenzo de que es progreso decir que no a viejos valores como la libertad responsable o el amor a la vida de los indefensos, el dejarte esclavizar por el pequeño o monstruoso bruto que llevas dentro... si elimino de tu conciencia cualquier idea de trascendencia espiritual... tu capacidad de juicio no irá más allá de lo breve e inmediato; insistiré en que las posibles decepciones no son más que ocasionales baches que jalonan el camino hacia esa anqui­losante y placentera utopía en que todo está permitido.  Para que me consideres un genio y me aceptes como guía, necesito embotar tu razón con inquietudes de simple animal. Pertinaz propósito mío será romper no pocas de tus “viejas ataduras morales” y en  el hueco de esas “viejas ataduras morales” es preciso presentar monstruosas falacias que “justifiquen” bárbaros comportamientos. Ideólogos no faltan que presentan lo cómodo y fácil como lo único que vale la pena perseguir o que confunden el progreso con cínicas formas de matar a los que aun no han visto la luz (el aborto) o “ya la han visto demasiado” (la eutanasia o “legal” forma de eliminar a ancianos y enfermos de difícil cura).
Otra “expresión” de Progreso quiere verse en la ridi­culización de la familia estable, del pudor o del sentido trascendente del sexo. Se configura así un nuevo catálo­go de “valores” del que puede desprenderse como he­roicidad adorar lo intrascendente, incurrir en cualquier exceso animal, saltarse todas las barreras de la moral natural hasta hacer del egoísmo el más apetecible  de los comportamientos,  presentar al amor estéril como ideal familiar o usar del aborto como un “legítimo derecho” de los padres.
Cuando se llega a esto último, pisoteando al más sagrado de los derechos de todo ser concebido dentro de la familia humana, se incurre en evidente atentado contra el Bien Común puesto que todos y cada uno de nosotros, por el sim­ple hecho de disponer de razón y de irrepetibles virtualidades, representamos un positivo eslabón para el Progreso, el cual, repitámoslo una vez más, se apoya y alimenta en el desarrollo y armonía de las distintas y complementarias capacidades de todos y de cada uno de los seres inteligentes que  poblamos el ancho mundo.
Habría una razón para el voluntario estrangulamiento de la futura proyección de la pareja (noble y natural consecuencia del amor) si ello facilitara una más placentera vida... ¿Quien puede afirmarlo desde la estricta racionalidad? ¿Por qué, entonces, desde las esferas del Poder, se desarrolla la cultura de la “ideal esterilidad del amor”? ¿Por qué, lo que es aun más grave, se facilita la degradación de las madres invitándolas a la pura y simple eliminación del fruto de sus entrañas?
¿Que esto nada tiene que ver con la Política Progresista? Por supuesto que sí: La cabal actitud de un gobernante depende de su escala de valores. Existen valores, repetimos, que la Realidad muestra como imprescindibles al auténtico Progreso y que constituyen un todo compacto de forma que la falta o adulteración de uno de ellos resiente la viabilidad del conjunto. El desprecio a un derecho elemental facilita el camino del desprecio al resto de los derechos...
El proclamado laicismo del estado, del que, como es bien sabido, hace bandera la Izquierda Española,  no puede significar ni un revoltijo ni una síntesis de valores y contra-valores, aunque, en determinada situación, estos últimos logren mayor ruido social:  por encima de prejuicios o intereses de partido, están obligados a discernir entre lo que conviene y no conviene al bien común.
En vergonzante afán de autodefensa, se nos dirá que, a estas alturas de la historia, todo lo de antes ha de ser puesto en  cuarentena; todo no, respondemos nosotros: dejad, al menos, la libertad de responder a la incondicionada voz de la conciencia para calibrar la diferencia entre el ser y el no ser, entre el sacrificarse por el prójimo y el usarlo como cosa sin otro valor que el de la propia conveniencia. Pero, sobre todo, no queráis convencernos de que todo lo que se dice y se piensa tiene el mismo valor, ni, mucho menos, os erijáis en portavoces de lo que  algunos llaman “nueva moral”.
Lo vuestro, como políticos y jueces o como aspirantes a serlo, es la eficaz administración de bienes y servicios velando por la paz  y el bienestar social sin ir más allá del campo de las relaciones entre unos y otros, que ya es bastante en cuanto que de ello depende el que cada uno pueda desarrollar, en libertad y con suficientes recursos materiales, su irrepetible vocación personal.

No es verdad que "un desvarío se puede dominar con un desvarío del mismo estilo”: al fundamentalismo de izquierdas no cabe oponer un fundamentalismo de derechas por mucho que aquellas se inventen sus “valores” y  que parte de éstas  se haya atrevido a comerciar con lo que los cristianos consideran (consideramos) “sagrados y eternos valores”.

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