martes, 24 de enero de 2012

EL DESAFIO ESPAÑOL

Durante años, muchos años, no pocos de nosotros, los españoles de carnet (con o sin voluntad de pertenecer a la misma Patria) hemos vivido como si muchas de nuestras cosas no fueran con nosotros mismos; lo lamentable es que, entre estas cosas,  estaba la propia supervivencia como ciudadanos dueños de sus actos, es decir, libres de abrirse camino por la vida en base al desarrollo de las propias capacidades: lo dominante ha sido y sigue siendo una especie del “aquí me las den todas” o “pase lo que pase,  resolverá el problema papá Estado”, una entelequia, incluso desligada de los que mandaban o tenían la obligación de tomar decisiones por encima de su rastrero interés o capricho; claro que esos mismos  distraían al personal con adormideras como la de “viva el amor estéril”,  “facilitemos que, en todo tiempo y lugar,  las madres  decidan sobre la vida de los hijos que llevan en su vientre”,  “abramos  el camino de la liberación a los enfermos irreversibles, quieran o no seguir viviendo”, etc., etc., etc…
Es así como ha venido lo que ha venido: una rebelión de la fuerzas ciegas de la historia con las consecuencias que ya todos estamos padeciendo, aunque muchos no quieran o no queramos darnos cuenta de que, a nivel global, somos  mucho más pobres, lo que nos obliga a vivir en consecuencia.
Es tiempo de serios compromisos y realistas decisiones en lugar de zarandajas ideológicas, que para lo único que sirven es para taparnos los ojos y no ver el abismo al que hemos estado  a punto de caer: abismo o progresiva ruina económica, moral y estructural (ojo con el desmadre de las autonomías) del que todavía no nos hemos librado del todo. Bien es verdad que lo de las “realistas decisiones” depende,  esencialmente, de los que, por derecho de nacimiento, posición social o resultado de los procesos electorales, están en situación de asumir las responsabilidades de rigor. Lo de los compromisos (eso sí que sí) nos afecta a todos los ciudadanos en situación de asumir “personales y patrióticas obligaciones”. Esto  se expresa en la conclusión de que cualquiera de nosotros siempre puede hacer más de lo que hace en  cuestiones  tales como la de apoyar de palabra y hechos a los políticos que nos parecen más eficientes y honrados (maldita la bobada de que todos son iguales), la de aprovechar las oportunidades de ser más útil a los demás, la de reavivar en la propia conciencia ineludibles exigencias morales y, de paso, intentar superar cualquier tipo de degradación animal, la de no cejar en la búsqueda de empleo por muchas que sean las dificultades para encontrarlo y aun  caso  de que, por un tiempo, disfrute de tal o cual subsidio más o menos merecido, etc., etc., etc....  
Claro que la situación española es dramática, máxime cuando  la tarta global de la economía parece estancada o crece en mucha menor proporción a  las poblaciones  que la sostienen y viven de ella mientras que los llamados países emergentes  van tomando el relevo de los países  que, hasta hace muy poco,  mantenían  y controlaban a su merced las fuentes de riqueza.
Pero ¿no es cierto que, para recuperar posiciones,  nosotros los españoles (incluidos lo que reniegan de serlo) podemos hacer bastante más de lo que hacemos en lugar de derrochar energías en paganos particularismos? ¿no es disparatado el comprobar cómo ciertas regiones de España actúan contra natura al promover mayor aislamiento del resto cuando resulta imprescindible juntar capacidades para, hombro con hombro, responder al desafío que nos lanzan los otros? ¿Acaso hemos olvidado que podemos ser mucho más de lo que somos y que el reciente relevo en la cumbre de la Política Nacional nos coloca al principio de lo que puede y debe llegar a ser un sugestivo proyecto de reanimación propia con la consiguiente proyección internacional  a beneficio de todos, empezando por nosotros mismos? 

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