miércoles, 17 de octubre de 2012

Vayamos hacia las 35 horas semanales


Todos vemos el problema; pero pocos quieren o queremos ver  la parte que nos toca en la solución. Me refiero ¿cómo no? al problema del desempleo. Siendo verdad como es todo lo de la crisis y de la falta de dinero propio para la imprescindible recuperación, no es lo mejor que puede ocurrir el que nos consolemos con la fea costumbre de echar balones fuera luego de cerrar los ojos,  no sea que aparezca en el horizonte un atisbo de luz, que nos lleve a reconocer verdades cómo la del progreso tecnológico, gracias al cual,  lo que, hace varios  años, requería X horas de trabajo, hoy se pueda hacer por la mitad o la cuarta parte de tiempo. En cambio siguen siendo las mismas las horas reglamentarias de trabajo por semana. ¿No obliga ello a una reflexión y consiguiente adaptación de forma que, por ejemplo, haya más gente trabajando con menos horas de trabajo por persona?
La cuestión ya preocupaba al que esto escribe hace ya más de doce años,  en que se daba vueltas a la posibilidad de reducir a 35 las horas semanales.  Al respecto escribió ( ABC  1/3/2000) lo siguiente:
¿35 horas? Algo así parece que exige la consideración de que muchas de las herramientas de ahora, en comparación con las de hace 50 años, permiten la drástica reducción del tiempo que se necesita para éste o aquel trabajo, lo que, sin duda, ha contribuido a esa lacra del paro actual.
De acuerdo, pues, con lo de las 35 horas siempre que no se rompa una regla elemental de lo que se llama Economía de Mercado: do ut des y, si uno trabaja porque cobra, el otro invierte o abre una fábrica porque su capital encuentra la deseada compensación. En una sociedad como la nuestra el progreso económico depende del buen cauce que encuentren las necesarias motivaciones, tanto en el trabajador como en el empresario, siempre en el ámbito de la libre competencia. Las leyes a lo más que llegan es a prevenir abusos y a limar, mediante la adecuada presión fiscal, las aristas del acaparamiento o de la especulación.
Dicho esto y puesto que, por activa y por pasiva, se habla de las 35 horas, desde un lado, sin reducción de sueldo, y del otro, en posición radicalmente contraria sin que ello signifique un mal disimulado incremento del 14,39 por ciento de ese mismo sueldo… ¿No entramos en el terreno de la confrontación sin remedio o del sarcasmo cuando parece demostrado que la progresiva marcha de nuestra economía exige un equiparamiento entre la inflación (presupuestada en un modesto 2 por ciento) y los costos salariales? ¿Qué se puede hacer que no sea traumático para nuestra economía?
Tal vez baste aplicar un poco de imaginación al anquilosado sistema de retribuciones como, por ejemplo, cambiar el concepto salario mes o salario semana, tan rígido él, por el módulo salario hora, cuyo valor inicial sería el resultante de dividir el salario-semana entre cuarenta horas o el salario-mes entre 168, fijarlo por ley según categorías y dejar al acuerdo de las partes y al libre juego del Mercado la posterior regulación sobre los tiempos mínimos o máximos. Seguro que así las discusiones entre unos y otros se moverían dentro de la racionalidad y de un equilibrio de intereses.
Se escribía esto hace ya más de doce años, cuando el paro era prácticamente la mitad del actual ¿No es tiempo de que quien proceda se aplique a considerar la cuestión?

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