miércoles, 9 de abril de 2014

HABLEMOS DE ESPAÑA Y DEL ALDEANISMO NACIONALISTA

España y su territorio son lo que son, desde que, en 1512,  Fernando el Católico se las arregló para recuperar el reino de Navarra, que durante poco menos de tres siglos (en 1234, a la muerte de Sancho VII el Fuerte), había vivido formalmente desligada de los asuntos peninsulares, aunque, a decir verdad, siempre se sintiera genuinamente hispánica.
A la vista de ello y de todo lo que viene aconteciendo desde entonces, podemos muy bien decir que los españoles, todos los españoles, al margen de nuestras discrepancias y más o menos dramáticos avatares, hemos hecho Historia juntos y que, ya en la segunda década del siglo XXI, formamos parte de los países que gozan de los privilegios que facilita la Democracia, sistema de gobierno y de agrupación de voluntades, que, si no es todo lo perfecto que cabría desear, sí que, tal como diría Churchill, es el menos malo de los posibles.
Esa Democracia, perfectible aunque no perfecta, no puede ser, en ningún caso, un juego de azar, un monopolio de los que más gritan ni, mucho menos, una coartada de los insolidarios y egoístas: por lo mismo necesita de un cauce legal en el que lo provechoso para todos prime sobre el egoísmo cerril de unos pocos, esos mismos que, como diría Álvaro de la Iglesia, parecen vivir extasiados ante la contemplación de la redondez de su ombligo. Para adoptar un más positivo comportamiento, los españoles, en 1978, nos dimos un Constitución, Ley de Leyes, que marca límites a la conducta de los que pretenden vivir al margen de las reglas democráticas, en especial las que nos llevan a no buscar para los otros lo que no queremos para nosotros mismos.
Bien sabemos que la unión hace la fuerza o ¿creíais otra cosa?
Ayer, ocho de abril de 2014, en el Parlamento Español, templo de la Democracia Española, se vivió un intenso debate en el que triunfó lo que Ortega habría llamado la “Razón Histórica de España”: aunar esfuerzos para, “juntos”, abordar “un sugestivo proyecto de acción en común”, lo que no implica que todos y cada uno de nosotros vivamos embargados por una mutua y desbordante simpatía. La Razón obliga y el futuro es demasiado problemático para que unos y otros, como aquellos dos conejos, esperemos la llegada de los perros discutiendo sobre si “son galgos o podencos”. La Libertad, el Orden  y el Entendimiento entre todos, son bienes demasiado preciosos para colocarlos fuera de la cobertura de esa Ley que garantiza la persistencia de todo aquello en que se apoya la paz y la prosperidad de todos y cada uno de nosotros los españoles, de Norte a Sur y de Este a Oeste.
Tras el intenso debate de ayer sobre el ser o no ser de la España que la mayoría de los españoles queremos, desde el más rancio nacionalismo, no falta quien apunta que “el Estado Español ha dejado pasar otra oportunidad” ante los portavoces del “proceso soberanista"…”
¿Desde dónde, de parte de quienes y para qué?
¿Queréis creer que es desde una de las partes más entrañables de nuestra España? ¿Que los que han promovido el desaguisado son españoles que pretenden ser más nobles ciudadanos dejando de ser españoles para encerrarse en las limitaciones e inconsistencias de un inventado o anacrónico pasado, cuando son lo que son por sangre, historia, cultura, educación y posibilidades de futuro? ¿Os habéis dado cuenta de que pretenden lo que pretenden para la efímera gloria de unos pocos, poquísimos, de los que podría decirse que no les importa quedarse tuertos a cambio de que se vuelvan ciegos el resto de los ciudadanos?
¿Cabe aceptar que, empequeñeciéndonos, podemos abordar más grandes y más brillantes hazañas?

Claro que para salir del paso, los “retóricos de la movida nacionalista” intentan ennoblecer al propio nacionalismo (especie de paganismo político, que diría Juan Pablo II), como si el nacionalismo de estrechísimos límites y pese a quien pese, por eso de ser artificialmente ennoblecido, dejara de ser puro y duro egoísmo.

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