Aunque, en este blog, lo habitual es hablar
de política, bien vale la pena referirnos hoy al excepcional acontecimiento de
la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II, dos Papas a los que debemos
mucho de lo bueno de nuestro tiempo y que para muchos de nosotros han dado extraordinaria
juventud a la Iglesia.
Ya hemos señalado en diversas ocasiones la necesidad de que el ejercicio de la Política, sea cual sea el sistema de gobierno imperante, ha de ajustarse a un criterio moral si quiere cumplir con el cometido que le es propio, es decir, el bien de todos y cada uno de los ciudadanos. Por nosotros mismos hemos podido apreciar que los dos nuevos santos han marcado muy claramente la pauta de ese necesario criterio moral.
Es la razón por la que, con el título "Cercanos, muy cercanos, y santos muy santos" transcribimos el artículo publicado por el que esto firma en la revista Buena Nueva (28/04/14):
Si fijamos la atención hacia siglo y medio atrás de
nuestra historia, los católicos habremos de reconocer que fue algo muy positivo
para nuestra Santa Madre la Iglesia el forzado abandono del poder temporal
sobre una buena parte de Italia por parte de SS beato Pío IX el 20 de septiembre de 1870. Es a
partir de entonces cuando el efectivo poder temporal de los papas queda
reducido al minúsculo estado del Vaticano, mientras que su poder espiritual con la consiguiente
autoridad moral han ido creciendo hasta llegar al profundo y preciso magisterio
de Benedicto XVI cuya heroica renuncia de
hace un año dio lugar a la elección de nuestro entrañable Santo Padre Francisco, que nos acaba de
regalar la canonización de San Juan XXIII y San Juan Pablo II, de más en más
cercanos, muy cercanos, y de más en más santos, muy santos.
Tan bendita etapa de la Historia de la Iglesia es
iniciada por el propio beato Pío IX (1846-1878), al que debemos la proclamación
del dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854 y la
realización del concilio Vaticano I (1869-1870), seguido por León XIII
(1878-1903), cuya es la inspirada, esclarecedora y oportuna encíclica Rerum Novarum (1891).
Ya en el siglo XX, contamos los católicos con San Pío X
(1903-1914), Benedicto XV (1914-1922), Pío XI (1922-1939) y el venerable Pío
XII (1939-1958), pontificados que, a base de entrega y buen hacer, han de hacer
frente a la creciente ola europea de paganos fundamentalismos, incluidos el comunismo
soviético y el nazismo. Para cualquier observador imparcial, la Iglesia, con
sus sucesivos sumos pontífices al frente, estuvo a la altura de las
circunstancias como esperanza y refugio
para las personas de buena voluntad y, sin duda, que es gracias a ella, como el
horizonte de la paz se ha venido mostrando asequible desde la derrota de Hitler
en 1945 y abandono de la llamada Guerra Fría a partir de la caída del Muro de
Berlín (1989).
Tras el venerable Pío XII, llegamos al Papa Bueno, San
Juan XIII (1958-1963), a quien debemos el llamado “Aggiornamento” o “puesta al día” de la
Iglesia Católica con su convocatoria del Vaticano II y encíclicas como la “”Mater et Magistra”, madre, maestra y
cercana, muy cercana a todos nosotros siempre con la adecuada solución a los
problemas del día a día.
Con el intervalo de los pontificados de Pablo VI
(1963-1978), que culminó la obra del Vaticano II (1962-65) y de Juan Pablo I (un mes de 1978), llamado el
Papa de la Sonrisa, ambos en proceso de beatificación, llegamos a San Juan
Pablo II (1978-2005), ese sabio, carismático
y Santo Padre que, junto con San Juan XIII, en presencia del “abuelito” Papa Benedicto
XVI y ante más de un millón de fieles peregrinos, ha sido canonizado por el
entrañable Papa Francisco.
La Prensa habla de un “inigualable
acontecimiento histórico que ha reunido a cuatro papas”. Permítasenos apuntar:
son cuatro papas cercanos, muy cercanos y santos, muy santos
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