martes, 25 de octubre de 2011

Ni izquierdas, ni derechas, ni todo lo contrario…

Frente a los batiburrillos ideológicos sin otra substancia que majaderías al estilo de  que yo, por ser de izquierdas o de derechas, soy mejor que tú que eres de derechas o de izquierdas, esgrimimos la consigna de  Fraternidad, igualdad y libertad, la misma que traduce libertad en responsabilidad social al hacerla depender de la Fraternidad, es decir, de la GENEROSIDAD con mayúsculas.  

Fraternidad, igualdad y libertad, por este orden más que por aquel otro de Liberté, egalité y fraternité, en el que el amor al prójimo venía colocado en último lugar con las consecuencias de que la historia nos da elocuentes testimonios: Recordemos cómo en la Revolución Francesa de 1789, “madre de todas las revoluciones” y artífice de la archirepetida proclama Liberté, egalité y fraternité,  se presentaba a la libertad como paradigma de todos los valores y, de hecho y al carecer de otro alimento que las pomposas palabras, fue utilizada para justificar miles y miles de crímenes, incluidos los de los más destacados hijos de la propia revolución; como ejemplo basta recordar a madame Roland con su famosa frase cuando estaba a punto de ser guillotinada: Libertad ¡cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!

Lo de palabras, palabras y más palabras desde cualquier barrera del espectro político y con tan escasa voluntad por ir más allá del simple espectáculo de protesta o de lo que marcan las directrices de tal o cual partido que trata a la realidad desde los viejos, viejísimos prejuicios…, es cualquier cosa menos libertad con responsabilidad.

Reducir la reflexión política a la directa confrontación entre “derechas” e “izquierdas” cuando unas y otras han perdido su sentido histórico es puro complejo de avestruz, pura obsesión por huir de la realidad o, como dejó escrito Ortega hace ya casi un siglo, pura muestra de hemiplejía intelectual.

Para ser coherente con las necesidad de que todos y cada uno de nosotros  arrimemos el hombro al trabajo por una mejor armonía y mayor progreso, la libertad de decir que no a cualquier injusticia y flagrante desorden natural con toda la fuerza del alma implica el compromiso personal de reflexionar sobre los más efectivos caminos de solución para aplicar a la tarea común lo que a cada uno de nosotros corresponde: para ello es preciso despertar a la propia inteligencia para calibrar el origen y alcance de los problemas y abrir el corazón al prójimo, empezando por el más necesitado. Ello está más allá de las izquierdas, las derechas y, también, de los que siguen soñando con el partido único y no quieren reconocer que, en pleno siglo veinte, son millones las personas de buena voluntad que siguen sintiéndose cómodas arropadas con viejos y anquilosados tópicos, los mismos que, para nuestra suerte o desgracia, privan en el momento político que vivimos. Claro que, por lo que les conviene, unos y otros deben sentirse obligados a dejar que hable el cerebro en lugar del ciego corazón.

Fraternidad, igualdad y libertad para alimentar la responsabilidad de saber lo que más conviene en los cruciales momentos que vive España ¿Sumergir cabeza y corazón en los tópicos o azuzar a la propia capacidad de reflexión para reconocer quién de los dos personajes que tienen mayores posibilidades de alzarse con el gobierno de España ofrece más garantías de su capacidad para enderezar la situación al margen de tal o cual corsé ideológico?

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