miércoles, 1 de agosto de 2012

¿Para qué tantos funcionarios?


La Función Pública, aunque sería muy bonito que siempre viniera acompañada por la voluntad de servicio, bien vemos que tantas y tantas veces es una ocupación o desocupación como otra cualquiera.  Cierto que los funcionarios de carrera están suficientemente preparados para el cargo al que accedieron por tal o cual oposición y que, normalmente, aspiran a mejorar de posición a base de hacer bien su trabajo. Pero también es verdad  que, cuando no se les tiene debidamente en cuenta, caen en la “desmotivación” y tienden a distraerse en estériles tareas como la de tratar de hacerse más imprescindibles o más fuertes  a base de multiplicarse…
Por otra parte ¿qué hacer con los “funcionarios a dedo” que se cuelan en los distintos estamentos de la Burocracia Oficial  por eso  de corresponder con los amiguetes que esperan la oportunidad de un cargazo o carguito y con tantos otros cuyo mayor mérito es hacer piña con los de la lista?
Todos nos preguntamos ¿de dónde va a salir el dinero que cuesta todo eso? Y, lo que es todavía peor ¿cómo hacer trabajar a los que no saben  o no quieren saber en qué consiste la función por la que cobran y, por demás, están donde están a la espera del “pertinente” asesor?
Bien sé que no todos son iguales o, como decía un inspirado comentarista, entre los políticos hay iguales más iguales que otros;  también sé que podemos recordar a más de un buen político que vive preocupado por cumplir con su obligación de trabajar por el bien de los ciudadanos, por resolver los problemas heredados, por gestionar bien y no despilfarrar, por “hacer más con menos”  (de ello algo sabemos los que llevamos muchos años en Alcorcón)…,   pero, aunque solo sea para meter el dedo en la llaga, viene a cuento  lo que acabamos de apuntar y, a más a más,  recordar la llamada Ley de Parkinson de la que, en Wikipedia, leemos lo siguiente:  
En la Ley de Parkinson (que nada tiene que ver con el achaque que a cualquiera de nosotros puede afectar) se afirma que "el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine". En una burocracia, esto es motivado por dos factores: 'un oficial quiere multiplicar sus subordinados, no rivales', y 'los oficiales se crean trabajo unos a otros.'
La tal Ley fue enunciada por primera vez por Cyril Northcote Parkinson en 1957 en el libro del mismo nombre como resultado de su extensa experiencia en el Servicio Civil Británico. Las observaciones científicas que contribuyeron al desarrollo de la ley incluyeron notar que a medida que el Imperio Británico declinaba en importancia, aumentaba el número de empleados en la Oficina Colonial.
Parkinson notó que, en una Burocracia oficial,  el total de  empleados aumenta en un 5-7 por ciento por año "independientemente de las variaciones en la cantidad de trabajo (si las hay) que debe hacerse".
Para muchos, cuanto más tiempo se tenga para hacer algo, más divagará la mente y más problemas serán planteados, con los siguientes principales efectos: "El trabajo se expande hasta llenar el tiempo de que se dispone para su realización". "Los gastos aumentan hasta cubrir todos los ingresos". "El tiempo dedicado a cualquier tema de la agenda es inversamente proporcional a su importancia".
De rebote y siguiendo al mismo Parkinson, podrá hablarse de la ley de la dilación o el arte de perder el tiempo o de  la ley de la ocupación de los espacios vacíos: por mucho espacio que haya en una oficina siempre hará falta más.
Dicho lo dicho y con el deseo de que tomen nota, además de los que cuentan con los medios de hincarle el diente a la “pescadilla que se muerde la cola”,  todos esos de quienes dependen tantos y tantos liberados o burócratas de enchufe y pasillo, los cuales, la verdad sea dicha, serían más felices si pudieran sentirse realmente útiles a la sociedad por que perciben lo justo que corresponde a su esfuerzo.

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