Ya nos gustaría a una buena mayoría de ciudadanos
españoles de a pie que todos los
aspirantes a representarnos en Europa se vieran libres de la Demagogia, ese sucio truco en el que se
refugian los mediocres que o no saben o no quieren abordar en profundidad los
problemas que a todos nos aquejan.
Viene esto a cuento porque no es de recibo el utilizar un
simple desliz semántico como argumento de peso para descalificar una brillante
y prometedora carrera Política. A fuer de realistas, si lo que buscamos son
buenos gestores que vayan al grano en el estudio, tratamiento y resolución de
todos y cada una de las cuestiones que caigan bajo su directa responsabilidad…
¿hay razón para perder tiempo en discurrir sobre si conviene que sea alto o
bajo, gordo o flaco, hombre o mujer, amigo de las rimbombancias retóricas o
espontáneo en la forma de hablar?
Conozco a uno a quien acusaron de machista por decir que
prefería los claveles a las rosas y a otro al que acusaron de homófobo porque, ante una pregunta con trampa, respondió que, para sus hijos quería un matrimonio tradicional en lugar de los traídos por
las modas.
¿No creéis que, a la hora de elegir nuestros
representantes en Europa , lo que verdaderamente cuenta es el acertar para que
la actual línea de recuperación no se quiebre hasta echar en saco roto todos
los sacrificios que hemos debido sufrir para salir del catastrófico bache que está en la memoria de todos?
Vemos que los hay de todos los colores entre los
candidatos a diputados del Parlamento de la Unión Europea: de los elegidos,
algunos irán en solitario y otros en equipo; de éstos últimos habrá quienes
preconizarán el gastar por gastar y los que abogarán por ajustar bien las
cuentas para que la adecuada administración permita mejorar toda la máquina
productiva, sin lo cual tonto es pensar que nos va a ir mejor.
¿Qué harán los nuestros en Europa? De ti y de mí depende.
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