viernes, 2 de septiembre de 2011

Demagogia en estado puro

    Hasta hace unos cuatro años,  una buena parte el mundo industrializado al que pertenecemos ( la Sociedad Opulenta, que llamó Galbraith)  creía vivir en una perfecta utopía como si el dinero bajara del cielo luego de haber perdido su vieja categoría de “trabajo cristializado”:  se gastaba más de lo que se producía, aun produciéndose mucho. Luego vino lo que vino con lo de los Lehman Brothers, las hipotecas basura y demás. Algunos países reaccionaron pronto y medianamente bien y van recuperando parte sino todo  de las posiciones perdidas .
    No ha sido el caso de España, cuyo gobierno con los señores Zapatero y Rubalcaba a la cabeza, para seguir adelante, no encontraron mejor  remedio  que  el de  saltarse a la torera  todos los límites del preceptivo Presupuesto con injustificables despilfarros y absoluta falta de prudencia en el imprescindible encauzamiento de los llamados gastos corrientes. Es así como se ha llegado adonde se ha llegado:  los capaces de darnos crédito nos exigen una elemental racionalidad económica  según la cual nadie en sus cabales y con un mínimo sentido de la responsabilidad  puede exigir crédito sin garantía de poderlo amortizar. Y ¿qué menos  que incluir en la Ley de Leyes un tope de gasto para todas y cada una de las administraciones públicas? Es lo que, afortunadamente, han acordado los señores Zapatero y Rajoy, con el respaldo de una aplastante mayoría del Congreso.
    En cualquier empresa o familia, el responsable máximo no puede tolerar que, mes tras mes y año tras año, se gaste mucho más de lo que se ingresa  ¿qué pensar de alguno de sus miembros  que se atreviera a replicar con aquello de que no hay derecho? Infantilismo puro y duro, eso que en política podemos definir  como pura, simple e inoportuna demagogia.
    En tal incurren los que defienden la  falacia de que el poner un racional límite al gasto global va en contra de los más desfavorecidos  ¿no es mucho peor el agotamiento de las arcas del Estado por  haber gastado y gastado de forma absolutamente improductiva? ¿De dónde vendrá el dinero para pagar a los que más lo necesitan?
    Para terminar ¿qué decir de los que aprovechan  el imprescindible  retoque de la Constitución  respaldada por el acuerdo del 91 % del Congreso  para tratar de vender caro su innecesario voto con exigencias como la de convertirse en paraíso fiscal o, totalmente fuera de lugar, proponer un radical cambio de régimen? ¿Mala fe, infantilismo o pura y torticera demagogia?

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