viernes, 6 de julio de 2012

EL MATERIALISMO HISTÓRICO DE MOISÉS HESS, CARLOS MARX Y SUCEDÁNEOS (I)


El comunismo es una necesaria consecuencia de la obra de Hegel”, había escrito Moisés Hess en 1.840.  Este Moisés Hess (1812-1875), joven hegeliano un mucho autodidacta, era el primero de cinco hermanos en una familia judía bien acomodada y respetuosa con la ortodoxia tradicional. Apenas adolescente, hubo de interrumpir sus estudios para integrarse en el  negocio familiar; pero, ávido lector, hizo suyo el colectivismo de Rousseau, el panteísmo de Spinoza, el anticlericalismo “socialista” de Proudhon, el determinismo económico de de Adam Smith y, con especial devoción, el ideal-materialismo de Hegel: un batiburrillo ideológico, al que intentará dar forma en una pretenciosa “Historia Sagrada de la Humanidad”, escrita desde la perspectiva de lo que  pronto se llamará Materialismo Histórico.
Apunta en ella una especie de colectivismo místico de raíz panteísta; la ha llamado “Historia Sagrada” “porque en ella se expresa la vida de Dios”  en dos grandes etapas, la primera dividida, a su vez, en tres  períodos: el primitivo o “estado natural” de que hablara Rousseau, el segundo coincidente con la aparición del Cristianismo, “fuente de discordia”, y el tercero o “revolucionario” que, según  Hess,  se  inicia con el panteísmo de Spinoza, se hace fuerte con la Revolución Francesa o “gigantesco esfuerzo de la humanidad por retornar a la armonía primitiva” y culminará con la “consecución de la última meta  de la vida social presidida por una igualdad clara y definitiva” luego de haber superado el inevitable enfrentamiento entre dos protagonistas:
La “Pobreza” y una “Opulencia”, promotora  de “la discordancia,  desigualdad y egoísmo que, en progresivo crecimiento, alcanzarán un nivel tal que aterrarán hasta el más estúpido e insensible de los hombres”. “Son contradicciones que han llevado al conflicto entre Pobreza y Opulencia hasta el punto más álgido  que,  necesariamente, ha de resolverse con una síntesis que representará el triunfo de la primera sobre la segunda” (es la dialéctica hegeliana con su “negación de la negación” como automatismo resolutivo de todos los conflictos).
Hess escribe también una “Triarquía Europea” en donde se sale de la inercia monocorde de los “jóvenes hegelianos” para apuntar la conveniencia de ligar el subjetivismo idealista alemán con el “pragmatismo social” francés”.
Ambos fenómenos, escribe Hess, han sido consecuencia lógica de la Reforma Protestante, la cual, al iniciar el camino de la liberación del hombre, ha facilitado el hecho de la revolución francesa, gracias  a la cual esa liberación ha logrado su expresión jurídica”.  “Ahora, desde los dos lados, mediante la Reforma y la  Revolución, Alemania y Francia han recibido un poderoso ímpetu.  La única labor que queda por hacer es la de unir esas dos tendencias y acabar la obra. Inglaterra parece destinada a ello y, por lo tanto, nuestro siglo debe mirar hacia esa dirección”.
De Inglaterra, según Hess, habrá, pues, de venir “la libertad social y política”. Ello es previsible porque es allí donde  está más acentuada la oposición entre la Miseria y la Opulencia;
en Alemania, en cambio, no es ni llegará a ser tan marcada como para provocar una ruptura revolucionaria. Solamente en Inglaterra alcanzará nivel de revolución la oposición entre Miseria y Opulencia”.
Apunta también Hess a lo que se llamará Dictadura del Proletariado cuando dice “orden y libertad no son tan opuestos como para que el primero, elevado a su más alto nivel, excluya al otro! Solamente, se puede concebir la más alta libertad dentro del más estricto orden”.
En 1.844 Moisés Hess promovió la formación de un partido al que llamó “verdadero socialismo”.  Cuatro años más tarde (febrero de 1848), por obra de Carlos Marx  y Federico Engels, todos los postulados  de ese devorador de  libros, que fué Moisés Hess, constituyeron el meollo del “Manifiesto Comunista”, punto de partida teórico de ese Materialismo Histórico al que acabamos de referirnos.

Carlos Marx, nació en Tréveris, Westfalia,  el 5 de mayo de 1818. Su abuelo paterno, el rabino Marx Leví, cuyos orígenes conocidos se remontan al siglo XIV, (uno de sus más destacados miembros fue rabino Yehuda Minz (1408-1508), fundador de  una brillante escuela talmúdica en Padua) había roto con la tradición secular de la familia al permitir a su hijo Hirschel ha-Leví Marx, padre de Carlos,  salir del círculo de la más rígida ortodoxia judía,  seguir la educación laica del siglo  y convertirse en un cotizado abogado.  Hirschel Marx casó con Enriqueta Pressborck, hija de un rabino holandés; tuvieron ocho hijos, de los cuales solamente dos,  Carlos y Carolina, llegaron a la madurez.
Para un brillante abogado judío, cual fue el padre de Carlos Marx, era muy difícil el pleno reconocimiento social por parte de las reaccionarias autoridades prusianas; para soslayar tales dificultades, en el año 1824,  Hirschel ha-Leví Marx cambió su nombre por el de Enrique y, aun siendo Westfalia  mayoritariamente católica, pidió ser bautizado con toda la familia por el rito luterano.
Cuando la ceremonia familiar del bautizo luterano, Carlos contaba seis años de edad y, por lo que consta en algunos de sus trabajos escolares (Sobre la unión de los fieles con Cristo, Reflexiones de un joven ante la elección de profesión, ….) parece que, al menos hasta los 17 años se tomó muy en serio la fidelidad al Evangelio. Tal nos indican los siguientes párrafos de uno y otro trabajos:
“Dónde se expresa con mayor claridad  la necesidad de la unión con Cristo es en la hermosa parábola de la Vid y de los Sarmientos, en que Él se llama a sí mismo la Vid y a nosotros  los sarmientos, Los sarmientos no pueden producir nada por sí  solos y, por consiguiente, dice Cristo, nada podéis hacer sin Mí”…
“La naturaleza ha dado a los animales una sola esfera de actividad en la que pueden moverse y cumplir su misión sin desear traspasarla nunca y sin sospechar siquiera que existe otra. Dios señaló al Hombre un objetivo universal, a fin de que el hombre y la humanidad puedan ennoblecerse, y le otorgó el poder de elección sobre los medios para alcanzar ese objetivo; al hombre corresponde elegir su situación más apropiada en la sociedad, desde la cual podrá elevarse y elevar a la sociedad del mejor modo posible. Esta elección es una gran prerrogativa concedida al Hombre sobre todas las demás criaturas, prerrogativa que también le permite destruir su vida entera, frustrar todos sus planes y provocar su propia infelicidad”….
No era ésa la predisposición de su padre ni tampoco la de un vecino e íntimo amigo de la familia, al que Carlos llegó a considerar su segundo padre: nos referimos al barón Ludwig von Westphalen, un distinguido funcionario del gobierno que, en forma de vida y pensamiento, mostraba ser un romántico que cree resolver todo con las “luces” de la razón. Indiferente como von Westphalen  en materia de religión era su hija Jenny (bella y refinada, según las fotos que nos han llegado), cinco años mayor que Carlos y con la personalidad y atractivo suficiente para ilusionar a un joven de diecisiete años.
Por lo que nos dice la historia, lo de Jenny y Carlos fue una unión que, durante más de cuarenta años, no tropezó con otros baches que el de un escarceo sentimental entre Carlos y Elena Demuth, la doncella de Jenny, con el resultado de un hijo nunca reconocido por Carlos (Frederik Demuth -1853-1929) 
Aun antes de ingresar en la Universidad (Bonn-1835, Berlín-1836), Carlos desechó su ilusionante y cristiano proyecto de llevar la justicia al mundo para sumergirse en la “corriente del siglo” ¿Fue la influencia de su acomodaticio y agnóstico padre? ¿La del aristócrata vecino von Westphalen, quien le había dado libre acceso a su bien nutrida biblioteca y dedicaba largas horas a “pulir” los “desequilibrios” del generoso y despierto adolescente,  o, tal vez, el “amoroso contagio” por parte de  su descreída novia Jenny von Westphalen?
Sea cual fuere la fuerza  de una u otra influencia, todas  ellas quedaron chiquitas en relación con lo que, para Marx   representó la Universidad de Berlín, “centro de toda cultura y  toda verdad” (como se decía entonces).
Marx compatibiliza sus estudios con la participación activa en el llamado “Doktor Club”, que agrupaba a “jóvenes hegelianos” empeñados en “materializar” el idealismo del recientemente desaparecido maestro (Hegel había muerto en 1831). En paralelo, lleva una desaforada vida de bohemia que le empuja a  derrochar sin medida, a fanfarronear  hasta el punto de batirse en duelo, a extrañas misiones por cuenta de una sociedad secreta,  a una breve estancia en la cárcel.... Se auto justifica porque, según escribe, pretende:
“conquistar el Todo,
ganar los favores de los dioses
poseer el luminoso saber,
perderse en los dominios del arte”
Marx admira y odia a Hegel, en cuyos ambiguos postulados de “necesaria evolución dialéctica” las autoridades políticas y también académicas pretenden justificar el “orden establecido”. Es cuando, como en expresión de rebeldía, Marx se autoproclama ateo: “en una palabra, odio a todos los dioses”, dice citando al Prometeo de Esquilo al principio de su tesis doctoral “Diferencia entre le materialismo de Demócrito y el de Epicuro”, que, precisamente, dedica al que pronto será su suegro, el citado Ludwig von Westphalen.
En paralelo, Marx ha leído con espíritu crítico las producciones de los “jóvenes hegelianos” ” (los hermanos Bauer, Strauss, Feuerbach, Hess…), que más ruido hacían en los medios universitarios alemanes y colecciona supuestos para, desde un materialismo intelectualizado por la gracia y obra de la dialéctica hegeliana,  hacer valer su propia  personalidad, que es la de un joven doctor en filosofía, progresivamente revolucionario en ideas y afanes por “dar la vuelta” a la sociedad de su tiempo. Tal expresa cuando escribe en sus “Tesis sobre Feuerbach”:  “Hasta ahora, los filósofos se han ocupado de explicar el mundo; de lo que se trata es de transformarlo”.
Diríase que el afán de transformar el mundo es la principal obsesión de Carlos Marx a partir de que presume de haber captado los entresijos de la realidad, arde en deseos de conquistar el mundo, cuenta con su título de doctor y es admirado ciegamente por su novia Jenny, “la chica más linda de la ciudad de Tréveris”, cuatro años mayor que él y que, junto con una mediana fortuna, habrá de heredar el título de baronesa. En el terreno de las originalidades ideológicas, dice haber dado un paso más allá que Feuerbach y su crítica de la Religión por haber captado su doble función como “expresión del mundo vuelto al revés” y como “opio del pueblo”: “La crítica de la Religión, escribe, es lo esencial de la crítica de este valle de lágrimas, cuya nube ilusoria es la religión”.
¿Desde qué perspectiva se ha de criticar a la religión y a todo lo demás de ella derivada? Desde el toma y daca elemental que rige las relaciones humanas. Propiedad y Trabajo serán los factores esenciales de ese toma y daca elemental siempre bajo las determinaciones del Materialismo Histórico.
Para Marx, fuente única de la Propiedad debiera ser el Trabajo y, consecuentemente, ser el trabajador el propietario exclusivo del resultado de su esfuerzo; pero, desde que el mundo es mundo, no han faltado no-trabajadores obsesionados por apropiarse del trabajo ajeno, esos mismos que no ven el otro más que a una herramienta o máquina productiva a la que “engrasar” con lo mínimo necesario para mantenerla a plena producción, ésta ya con el carácter de propiedad de quien no hará mayor  cosa que traducirla en mercancía con el consiguiente rédito o plus-valía para sí mismo. En consecuencia con ello, el Trabajador o “proletario” vivirá esclavizado al producto de su trabajo mientras que el no-trabajador, capitalista o burgués, gozará dejándose esclavizar por su capital o suma de réditos o plus-valías. Cambiar el orden de cosas (“que el explotador se convierta en explotado”  dirá, años más tarde, Lenin)  es la tarea que, al menos aparentemente,  se impone Carlos Marx con una doctrina que, en los llamados Manuscritos de 1844 y siguiendo a Moisés Hess, llama Comunismo.
"El comunismo como supresión positiva de la propiedad privada, como autoenajenación humana, y por tanto como apropiación real de la esencia del hombre por y para el hombre; por tanto, como vuelta completa, consciente y verificada, dentro de la riqueza total de la evolución existente, a sí mismo como hombre social, es decir humano. Este comunismo en cuanto total naturalismo es igual a humanismo, como total humanismo es igual a naturalismo; es la verdadera solución de la disputa entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y especie. Es la solución del enigma de la historia y se conoce a sí mismo como tal solución"(MEGA, vol. 2, I/2, Berlín, 263).
Era novedoso y, por lo tanto, capaz de arrastrar prosélitos el presentar nuevos caminos  para la ruptura de lo que Hegel llamara conciencia desgraciada o abatida bajo múltiples servidumbres; por demás, el darle forma académica (dialéctica, se decía entonces) era un sugerente asunto que muy bien podría desarrollar y exponer brillantemente un joven doctor en filosofía.  Cuando Marx, como joven generoso, vivía de cerca el testimonio del Crucificado era de lugar apuntar al amor y al trabajo solidario como factores esenciales de la propia realización el único posible camino;  ahora, intelectual aplaudido por unos cuantos, doctor por la gracia de sus servicios al subjetivismo idealista, ha de presentar otra cosa:  ¿Por qué no el odio que es, justamente, lo contrario que el amor? Pero, a fuer de materialista, habrá que prestar “raices naturales” a ese odio. Ya está: en buena dialéctica hegeliana se podrá dogmatizar que “toda realidad es unión de contrarios”, que no existe progreso porque esa “ley” se complementa con la “fuerza creadora” de la “negación de la negación”...
¿Qué quiere esto decir? Que así como toda realidad material  es unión de contrarios, la obligada síntesis o progreso nace de la pertinente utilización de lo negativo. En base a tal supuesto ya están los marxistas en disposición de dogmatizar que, en la historia de los hombres, no se progresa más como por el perenne enfrentamiento entre unos y otros: la culminación de ese radical enfrentamiento, por arte de las “irrevocables leyes dialécticas” producirá una superior forma de  “realidad social”. Y se podrán formular dogmas como el de que “la podredumbre es el laboratorio de la vida” (Engels) o el otro de que “toda la historia pasada es la historia de la lucha de clases” (Marx).
En esa radical oposición,  odio o guerra latente, tanto en la Materia como en  el entorno social, no cabe responsabilidad alguna al hombre cuya  conciencia se limita a “ver lo que ha de hacer” por imperativo de “los medios y modos de producción”.
Desde esa perspectiva los teorizantes ad hoc habrán de procurar que la subsiguiente producción intelectual y muy posible ascendencia social gire en torno a más o menos originales expresiones  de “ideal-materialismo” para el uso y disfrute de una masa sin otras inquietudes que las estrictamente materialistas.

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