jueves, 4 de agosto de 2011

Librémonos de la Oclocracia, hija bastarda de la Democracia

  Me tengo entre los que temen a la Oclocracia, más incluso que a la propia Dictadura. Preguntaréis: ¿por dónde va éste  con  eso de la Oclocracia? Oclocracia, que procede del griego ὀχλοκρατία, viene a significar  toma del poder por una masa indisciplinada. ¿Cuando ocurre esto? cuando los llamados demócratas pierden la fe en su capacidad para proteger las libertades públicas y dejan que las cosas se arreglen por sí mismas.
   Ejemplos de oclocracia podemos ver en los cantonalismos de la primera república española, en la aventura revolucionaria del 34 en Asturias, en el desmadre de algunos grupos que aquí y allá imponen o intentan imponer disparates como lo de  aquí mandamos todos, abajo la inteligencia, destruir es una forma de crear,  lo mío es mío y lo tuyo también mío, mi capricho soberano me coloca por encima del bien y del mal , la masa siempre tiene razón, etc…
   No se necesita tener una inteligencia privilegiada para comprender que cuando postulados de ese estilo se convierten en guías de conducta general, no es nada difícil que se llegue a situaciones al estilo del desmadre oclocrático que se vivió hace unos años en Camboya: si, al tener gafas, mostrabas curiosidad por leer y entender, eras reo de superioridad manifiesta y por lo tanto merecías morir; y lo que parece un chiste de mala gaita, demostrado está que llegó a ser la  monstruosa realidad de cientos de miles de buenos ciudadanos asesinados.
   Sin ir tan lejos ¿no es oclocracia lo que sueña con imponer Bildu en el País Vasco, esa entrañable parte de nuestra España? ¿qué decir de eso a que aspiran algunos que muestran “indignarse” porque no se les facilita el hacer lo que les viene en gana?
   Lo lamentable es que, si repasamos la historia, vemos que no pocas veces, una democracia que, apoyada originalmente  en el voto libre y la clara separación de los tres fundamentales poderes, empieza a dudar de sí misma, hace lo indecible por acaparar los tres poderes, vende legítimas responsabilidades por tal o cual plato de lentejas  y llega a confundir la desordenada protesta contra el propio sistema con cualquier otra legítima y constructiva expresión de libertad, ello cuando tan fácil es prevenir y corregir en su raíz lo que Tocqueville llamaba instintos salvaje de la mala democracia, eso mismo que mucho nos tememos derive en la toma de poder por una masa desorganizada, justamente lo mismo que, como temía el propio Aristóteles, hace inevitable el resurgir de la tiranía, situación que, en la República Romana, más de una vez se llegó a evitar con una dictadura limitada al tiempo necesario para resolver tal o cual  crisis.
   ¿Solución? Que la Democracia pierda el complejo de que todos tienen razón y se apoye en la Ley y en la clara separación de poderes.

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