Afortunadamente, en los meses que sucedieron a la muerte de Franco (20N/1975), de la que ya están a punto de transcurrir 36 años, muchos de los que, aunque desde distintos posicionamientos, sentían la fiebre política en sus venas, tomaron por regla de conducta la recomendación evangélica de “dejad a los muertos que entierren a sus muertos” y se aplicaron a fijar las bases teóricas de la era democrática en la Constitución de 1978, Ley de leyes para un Estado social y democrático de Derecho en base a lo que se entiende por Monarquía Parlamentaria (Parlamento y Rey en el mismo plano de Poder Constitucional) y lo que se llamó Descentralización Administrativa, traducida en diecisiete autonomías de cuya desigual deriva todos estamos siendo testigos.
Soy de los que piensan que, si los llamados “Padres de la Constitución” estuvieran en situación de volver a reunirse para revisar, una a una, las normas básicas con las diseminadas y tantas veces reiterativas competencias, propondrían no pocas modificaciones, incluidos el papel de la Corona y la hoy por hoy, inamovible división territorial ¿por qué uno y otra no pueden ser más funcionales que anacrónicamente románticos?
Visto lo visto, algo habrá que hacer para reanudar la interrumpida marcha hacia el Progreso, para que resulte efectiva la imprescindible independencia de cada uno de los tres poderes, para que vuelva el respeto a las leyes y al orden constitucional (¿qué pinta Bildu-Batasuna-ETA en las instituciones?), para la imprescindible reactivación de la Democracia (¿qué se puede hacer para “resucitar” a Montesquieu?) y, sobre todo, para implicar efectivamente al gobierno de turno que, representado por personas con capacidad y voluntad de servicio, resuelva problemas y roture caminos de trabajo, bienestar y progreso para todos los españoles.
No es tolerable lo de estar al albur de caprichosos y torticeros: necesitamos ser gobernados por personas con sus prioridades tan bien definidas que no nos ofrezcan la menor duda cuando actuamos como ciudadanos responsables y no como marionetas de las propias o ajenas inercias tanto ideológicas como estúpida y obsesivamente particularistas.
Claro que, muy especialmente en España, pasamos por tiempos difíciles; pero ello, en buena parte ¿no se debe a que hemos sido víctimas de tanta mentira y tanta demagogia, que, para la desgracia de todos, ha llegado a cautivar a no pocos españoles de buena voluntad? ¿Será el próximo 20N/2011 la ocasión para lo que puede ser una auténtico Renacimiento Democrático?
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